Los colonos

En las negras panzas de los lentos barcos vinieron. Atravesaron el país de la sirena, el endriago y el abismo. Fueron el juguete y el miedo del furor del viento y del agua. Todo el miedo del mundo, todos los fantasmas de la oscuridad los acongojó en las olientes bodegas. Todo el espanto de lo desconocido; todo el temor de lo ignoto anidó en sus corazones. En las negras panzas de los lentos barcos vinieron. Las lágrimas del mundo, manaron de los ojos de todas las razas e inundaron las sentinas de los débiles cascarones en que venían en pos del cardo y del coirón y que llenaron de trigo las vastas soledades del potro y del alarido. Llorando venían en las negras panzas de los lentos barcos. Lloraban sus raíces y desarraigaban sus corazones del amor y la angustia de sus ancestros.

Venían a poblar un sueño y sembrar una esperanza. Venían a la quimera del trigo, el maíz y el lino. Venían a la gleba, fértil en la lombriz y altiva en la gaviota. Venían al calor del norte, al hielo del sur, a los salobres aires del Atlántico y a las nevadas, pródigas ubres del nevado Andes. Venían a sembrar hijos y a consolidar una Nación. Los padres, los hermanos, los abuelos, toda la entrañable querencia, quedaba alimentando la raíz; los retoños venían a amugronarse en América.

Venían a hacer la Argentina y, lo primero que sembraron fueron sus corazones nostálgicos y, por eso, el tango (corazón de inmigrantes). Desembarcaron de las negras bodegas de los lentos barcos y aquí se quedaron pero sus corazones quedaban en la vieja Europa; en los viejos solares, donde el niño corre, juega y desde el regazo de los abuelos, mama el mundo que lo ha parido y el mundo que él tiene que parir.

Y por eso el tango, que es la nostalgia del desarraigo y, tal vez, por eso mismo, el irse de nuestro país los jóvenes. La excusa es el trabajo, el horizonte, la libertad: el orden. Pero la verdades que los muchachos se van a buscar el corazón de los “viejos"; de papá, de mamárdel nono. Se van a ver si pueden recuperar los corazones que dejaron los viejos que vinieron a América; tal vez, a consolar los corazones muertos de los que se quedaron y nunca más volvieron a ver a sus hijos. ¡Sí, vivir es una dura faena. Y todo el dolor de ver partir los hijos, bien puede ser la alegría del futuro. La alegría que vamos a vivir cuando los muchachos vuelvan a su casa, como si nada hubiera pasado. simplemente vuelvan para un día ser enterrados junto al corazón de los padres. Y traerán con ellos el corazón de los abuelos y los padres e hijos estarán todos juntos, para hacer el país que queremos. ¡Sí, así será! Y toda la desazón será alegría. Y el hombre argentino será.

Los muchachos

Dónde están los hijos de aquellos colosos del trabajo y del ingenio? ¿Qué es de ellos? ¿Dónde fueron a ocultar sus miedos los hijos de los grandes “pioneros"de San Juan ? ¿ Dónde están los sarmientos de aquellas vigorosas cepas que fueran orgullo y símbolo? ¿Qué aviones tomaron y a qué geografía volaron a mendigar espacios teniendo en casa el paraíso? ¿En qué orgullo y en qué corazones anidara tanta desilución, tanto desencanto y tanto dolor de los viejos fundadores? Están los ejemplos de un Graffigna, de un Del Bono, de un Estornell, de un Goransky, de un Marún, de un Cokjal, un Guillemain, de un Langloisyde tantos que vinieron a abrir las acequias, domar el agua, plantar las cepas, hacer el canto de los lagares, el reparo del álamo en las trincheras; injertar las vides, para que el sol "de San Juan y las viñas de los inmigrantes dieran el mejor vino del mundo? Pero hay muchos ejemplos sin imitar. ¡Dios mío, cuánta alegría muerta! ¡Cuánto dolor acumulado!

¿Quien gozará ahora de la sombra de la mora y el nogal que plantó el abuelo? ¿Quién calentará sus huesos y meditará la odisea de su vida al reparo de las soleras, las viejas casonas? ¿ Con qué corazón, con qué migajas de corazón se presentarán los abuelos muertos cuando Gabriel Arcángel los convoque? ¿Cómo pueden los hijos abandonar tanta honradez, tanto trabajo y tanto sueño? ¿Cómo justificar el abrir una acequia, plantarla vid, hacer el parral, construir la bodega, elaborar el vino, esperar años a que la madera y el tiempo maduren el milagro del mosto, para, cuando el vino creció en la madera y está en sazón, no estén los hijos para que los beban y, de esa forma rindan culto a los padres? ¡Yo no puedo explicarme tanto desatino, ni habrá nadie que pueda!
Muchachos: ¡No se vayan y los que se fueron vuelvan! La patria los necesita ahora y aqui. Aquí está todo esperándolos; los despojos de un paraíso que hay que reconstruir; hay que laborar los parrales enchipicados; limpiar los desagües; podar las parras; refaccionar las bodegas; desecar el fruto; segar el trigo, ordeñar la vaca, domar el potro y que el arado, hienda con su reja la húmeda tierra para que entre el sol y nazca y fresca la vida. Pero, sobre todo, hay que golpear la tierra con la azada y el anchón para que despierte el corazón del abuelo muerto y vea que el "muchacho" está trabajando, que no ha sido en vano el largo y lento viaje en la oscura bodega. ¡Para que sepa el abuelo que el muchacho beberá el añejo vino del amor y que tanto esfuerzo no ha sido en vano! ¡Descanse papá, yo la sigo!

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