Reginaldo Marinero fue un iglesiano que gracias a sus coplas no solo cautivó a un pueblo sino que también se animó a luchar contra las injusticias que sufrían. Su padre también fue glosador pero él se despidió una época de glosa de pie atado, olvidando las invocaciones y aún es recordado por su gracia ocurrente y dotes de improvisación.
Una orla de reconocimiento cubría al poeta que improvisaba “versos" (en realidad, “coplas”), muchas veces a pedido, para fiestas públicas, aniversarios e inauguraciones edilicias, e incluso, en reuniones familiares. Así por ejemplo, Don Reginaldo improvisaba octavas en las bodas de plata de la escuela de Colola, de donde era él oriundo o en bautismos o cumpleaños de niños. O “lo echaban por delante” cuando autoridades gubernamentales o funcionarios visitaban su departamento y era necesario decir algunas verdades atinentes a la vida o situación regional. Admitido como el hombre valiente que era capaz de armar “versos de protesta”, interpretaba lo que estaba en la boca de todos y que él, en un registro coloquial, encadenaba métricamente para argüir con sentido y humor.
Reginaldo Marinero ha representado, entre las décadas del cuarenta y el ochenta del siglo XX, el impulso nativo de un pueblo étnicamente complejo, mestizado de cien maneras y, quizás, no del todo maduro. Raramente catequizado, es hostil a las injusticias (como muchos otros criollos), tachado a veces de disconforme, díscolo y rebelde. En tono bajo, diríamos “de bajo perfil", hizo sentir sus quejas de manera armónica y respetuosa. El Chato, vecino servicial al estilo de los poblados chicos y carenciados, fue un hombre común (caminero de Vialidad Provincial). Así lo sintieron los suyos, diferente a los poetas letrados, con temas a menudo alejados de sus intereses, con empleo de palabras y giros incomprensibles. Con un fuerte estilo martinfierresco e influencia de Buenaventura Luna, el poeta cololisto supo tejer rítmicamente, de acuerdo con el habla popular y la cuerda del sentir lugareño, sus cuitas y picardías.
Para ello se valió de los recursos de la poesía payadoresca (aprendidos de su padre Daniel Marinero, tonadero y glosador de finales del siglo XIX) y de todos los artificios de la composición popular. Poetizó en escenarios cambiantes, a raíz de partidos de fútbol, en reuniones con algún gobernador viajero o campujando a un diputado departamental. Se animó frente a autoridades y funcionarios de todo tipo, por sí o chuceado por tímidos o cicateros que lo embalaban, como siempre, desde atrás. Se sentía representante de los sin voz, capaz de expresar requerimientos de su departamento, sea en pro de una escuela o de los jubilados, protestando ante la carencia de combustible o enalteciendo la necesidad de educación popular. El mismo sufrió cuando niño la falta de una instrucción común, por lo que ese dolor brota permanente como leiv motiv de su poesía, acusando una ignorancia muy a propósito de la entonada por Hernández en los consejos del viejo Fierro: “Yo no tuve otra escuela / que una vida desgraciada. / No extrañen si en la jugada. / alguna vez me equivoco. / Pues ha de saber muy poco. / aquel que noa prendió nada”.
El reconocimiento popular custodió de por vida la figura del Chato Marinero (1917 – 1998), admitido como personaje singular, señalado no solo por sus dotes de improvisación y gracia ocurrente, sino por ser iglesiano más, sencillo y austero, sin agravantes en su conducta. No he escuchado aún voz reprensora alguna que disminuya aquella fama, instalada modestamente, sin decretos, ni consideraciones oficiales.
No obstante tal entronizamiento, natural y simpático, queda aún por analizar de Reginaldo Marinero otras cuestiones de valor en lo que hace a esta figura popular. En efecto, cuando lo consideramos como fenómeno cultural, desde puntos de vista región, surgen interrogantes que matizan el acontecimiento. Así, importa el respeto que un pueblo presta todavía a su poeta, como personal inmersa en su contexto social y político, cuestión muy vieja en el mundo y en nuestra cultura.
No se puede juzgar a un poeta por lo que calla o no canta, pero es un índice para nuestra indagación. Marinero representa a los últimos cultores cuyanos de ña décima y la despedida de la glosa de pie atado, que cultivaran su padre y Capdevila, en Jáchal. Progresivamente Marinero se alejó de la décima para acercarse a la sextina hernandiana o la octava romanceada asonante, de arte menor. El encanto de los decimeros argentinos e hispanoamericanos, desaparece con su figura, no continuada entre nosotros con nuevos artífices, como ocurre en Uruguay o Buenos Aires con el exquisito flujo de los payadores rioplatenses.
En esta perspectiva, la tarea es ardua, y es necesario indagar en varios ámbitos. Los conocimientos reunidos conformarán un perfil de la figura del poeta rodeisto del siglo XX. Porque Marinero, no solo interesa por lo que ha cantado, sino también por lo que no ha incorporado con sus versos y estructuras. Todo ello permite echar a caminar hipótesis que deben retomar críticamente jóvenes investigadores de la cultura popular para alcanzar una más precisa contextualización del norte sanjuanino. Debe tenerse en cuenta que se trata de un arcaico cruce étnico de corrientes colonizadoras, y a la postre, con el advenimiento de las Repúblicas de Chile y Argentina, de nexos que no se estrangulan con las divisiones políticas.
El Chato representa la continuidad de una cadena de poetas populares que baja desde la Colonia, sea que se lo analice desde la perspectiva circunscripta a lo que hoy es San Juan o Cuyo, aunque debiéramos encauzar nuestros visajes a lo largo del mundo andino. Estudiando las décimas del terremoto de octubre de 1894 y las similitudes con las estrofas que el Chato había improvisado para el terremoto de 1944, discurrimos una tarde, con el propio payador, acerca de la escasamente conocida obra de su padre, Daniel (n.?-m 1939)
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Ya no se baila la cueca
Ni el pericón nacional,
Todo lo tradicional
La juventud lo desprecia,
Ellos solamente aprecian
Bailes modernos, piruetas,
Pinturas, trajes y chascas
Y las mismas morisquetas
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Los nexos más que con su padre poeta, importan por el contacto con una tradición trovadoresca, a veces lírica (la tonada), a veces de corte epigramático o sentencioso, descriptivo o paisajista. Fórmulas que cultivara Marinero.
Nuestro poeta representa la despedida de una época decimonónica que olvida vibraciones religiosas o sociales que en época de su padre implicaron un fuerte impacto. Por ejemplo, no trae ninguna referencia al grave terremoto de octubre de 1894 que postró en tierra todas las casas de Iglesia y muchas de Jáchal. No encontramos composiciones que hagan referencia a la milagrosa aparición de la imagen de Santo Domingo en el Cerro Negro, a poca distancia de su casa de Colola, aunque denunciara el estado ruinoso del edificio del templo de Santo Domingo de Rodeo, Nada de los largos arreos de mulas hasta Bolivia, y solo mínimas referencias a los arreos de ganado en pie hasta Chile.
En 1992, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNSJ, emprendió por impulso de Gabriel Eduardo Brizuela, la publicación de trabajos de investigación producidos en los institutos de investigación, a editarse pronto y a bajo costo. El emprendimiento estuvo secundado por el arquitecto Richard Karam.
Entonces apareció Jáchal (Argentina) en tres estudios de folklore, impreso en soporte informático, disket de 5/8 (antes de la eclosión del disco de 3,5’’, o del cd). Por tal motivo, dichos estudios resultaron escasamente conocidos en nuestro medio, aunque la publicación penetró los focos de interés folklórico de universidades y bibliotecas extranjeras.
Aquella obra incorporaba anteriores estudios, a la sazón actualizados, junto a dos novedades de importancia como eran, exhumar un olvidado poeta de Jáchal, Rómulo Muñoz, y su obra, al parecer completamente desconocidos. Al par, se presentaba al poeta popular de Rodeo, Reginaldo Marinero, conocido con el apodo de “Chato”, respetado por sus comarcanos como payador y exponente representativo de los sentimientos de los norteños de San Juan.
César E. Quiroga Salcedo es profesor de la Universidad Nacional de San Juan, investigador en el INILF Manuel Alvear y miembro del CONICET y de la Academia Argentina de Letras.
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