Refugio: ¿de qué presidente me habla?

¡Cualquiera que desee levantar un castillo debe hacerlo en el aire! La remanida frase con la que se pretende menoscabar a los llamados bohemios: ¡Ese hace castillos en el aire! Es, a la vez, el axioma perfecto y el elogio más cumplido. Porque, dígame lector ¿habrá otra forma de levantar castillos que no sea en el aire? ¿A alguien se le ocurrió levantarlos en una catacumba? ¿Enterrarlos en un sótano? ¡Para eso está el aire, para levantar castillos y justificar bohemios!

Y para albergar bohemios que hagan castillos en el aire, allá por 1939 se fundó en San Juan la institución Refugio (gente de arte, ciencias y letras) que todavía subsiste y seguirá poblando el aire de castillos. Recuerdo algunos de los fundadores y gente de los primeros tiempos: Abenamar Rodrigo, Independiente Ovin, Juan Agustín barcia, Chafick Kurban (con perdón de la palabra), Jovita y Juanita Menéndez Uribe, Alicia Maura, Beatriz Giordano, Elio Sánchez, Santiago Paredes, Federico Blanco, David Volpiansky, Vicente Genovese, Eduardo Lenzanos y Meiras, Jorge L. Escudero, Alfredo Escudero, Arturo Pechuan, y tantos otros que sería interminable enumerar y que durante años, mantuvieron la llama del espíritu, ardiente y creadora y prolongaron en el tiempo el ancestro cultural del sanjuanino.

¡Qué noches inolvidables, qué derroche de ingenio y creatividad en las amenas veladas de entonces!

A partir de 1950, Refugio funcionaba en el subsuelo del Plaza Hotel de calle Sarmiento. Como las religiones, y los grandes movimientos, surgía de un sótano, una cata* camba. Surgía de la oscuridad para iluminar la superficie. ¡Sencillamente, cumpliendo el elevado destino del árbol, que nos da sombra, cobijo, flores y frutos que extrae de las tinieblas en que trabajan las ralees!

Pero, dejemos las cosas serias para que las relaten tos que escriben cosas en serio. Yo me limitaré a relatar algunas anécdotas vividas en Refugio ¡Que otros hagan el asado, yo me limitaré a echarle un poco de sal!

Corría el año 53, creo, la república estaba gobernada por el general Perón y la provincia por Elias T. Amado. Un día encontré al gobernador degustando un chupín acompañado con Barbera de Asti en lo de Baustista Gallerano, en la avenida España. El gobernador Amado (de nombre) estaba acompañado por algunos amigos, todos socios de U.T.T. (Unión Tomadores de Tinto) entre los que recuerdo a Carlos Moya, el pallo Cipittelli, Don Balta Zapata, el vitrola Aguirre, Baustista Gallerano, dueño de casa, y seguían los etcéteras que eran varios, y meta mariscos y barberas... que era una barberidad! ¡Ah, Caldentey, el de la leche, no estaba! Bueno, la cuestión que invité al gobernador a Refugio para las peñas con tutti que se realizaban los viernes, prometió ir el viernes y a eso de la una de la mañana ¡nos cayó el hombre!

Venía de un asado en 25 de Mayo, asado que, por lo que se veía, tampoco había estado Caldentey, el de la leche.

Olvidaba decirles que presidente de Refugio era el pintor Federico Blanco, yo era secretario (con esos dos creo estaba bien cimentada la falta de autoridades). Seguimos: la peña estaba de lo más animada; habían dicho versitos, algunas chicas declamaron. Los más lucían sus habilidades de bailarines folklóricos y no faltó quienes tomaron la guitarra y se mandaron sus tonaditas.

¡Viese, la cosa estaba de lo más lindo^ y ya empezó a reinar h confianza y a menudear el Ullún seco! Recuerdo que yo estaba sentado al lado del gobernador; la mesa era larga y tupida de comensales, copas, repulgos de empanadas, restos de sandwiches y picados de queso y cantimpalos; alguna que otra mancha en el mantel, denotaba que el vino derramado trae suerte y que el ¡salud! y ¡a la suya! se intercambiaban con más asiduidad de la conveniente a la compostura y decoro de... ¡gente de arte, ciencias y letras!

Bueno; Nuestra mesa, estaba ubicada frente al escenario, en el fondo del cual pendían los retratos del general San Martín y de Domingo Faustino Sarmiento. En una de esas, el gobernador clavó su vista en los dos retratos y... como notando la falta de algo, que entonces se usaba mucho y como recordándome un olvido me dijo: “Martínez, noto que ahí, en el medio de esos dos retratos, falta el del presidente”. Y se me quedo mirando como quién reta a un niño chico. Entonces tomé fuerza y le contesté: ¡Gobernador, Ud. no conoce a Federico Blanco, es muy modesto y no quiso que pusiéramos su retrato! ¿No sé si recuerdan que Amado era medio socarrón y bastante ligero para las frases, medio se sonrió y me espeto ¡Golazo.. uno a cero para Martínez! Andando el tiempo averigüé que yo me refería a un presidente... y él a otro.

Don Lenzanos y Meiras o el arte de biern decir


Don Eduardo Lenzanos y Meiras, profesor de castellano y excelente pintor, cuyos cuadros adornan más de un hogar sanjuanino, era socio y activo concurrente a Refugio. Colaboró años y gratuitamente, como profesor de pintura en la Escuela de Artes Plásticas que la institución mantenía en el subsuelo del Plaza.

Lenzanos era un caballero más bien alto, enjuto de carnes, la tez blanca, el cabello castaño, lacio y muy corto. Vestía los clásicos ambos o ternos grises, azules o con alguna fantasía discreta. Era muy aseado en su persona y cuidadoso en los detalles que realzaran el conjunto. Era corto de vista y usaba unas lentes gruesas, con un marco delgado y que le hacían los ojos pequeños y saltones. A todas sus virtudes agregaba su pasión por el cultivo del idioma y en cualquier momento u ocasión demostraba su conocimiento y dominio del castellano, corrigiendo a quién lo había empleado en forma incorrecta. Vamos a dos ejemplos:

Una vez lo acompañaba yo en un ómnibus, íbamos hacia Desamparados. A unos doscientos metros de la calle La Cabaña, Lenzanos le dice al conductor: ¡Oiga, joven, déjeme en el apeadero! El chofer miró el espejo retrovisor, ubicó a don Eduardo y, con la delicadeza propia del gremio le dijo: ¿Apeadero.....parada será? Y don

Lenzanos ahí nomás: ¡Para Ustedz, que para, es parada ¡ o paradero, pero, para mí, que me apeo es A - PE -A - DE - RO! Así, cortando las sílabas y con un tono más que contundente. El chófer volvió a mirar el espejo, recorrió el pasaje y, con el dedo índice tocándose la sien derecha hizo unas vueltecitas más que elocuentes. Nos bajamos en la esquina de La Cabaña.

Otra anécdota, pero esta vez más jugosa, fue la que le pasó cierta vez que daba clases en el colegio nacional. Se hablaba del castellano y comentaban un estremés de Cervantes. En una de ésas, un alumno, picarón y con ganas de “cachar” al profesor, le preguntó: ¿Oigamé, profesor, cómo se dice: ¿agarrar o cojer? Lenzanos lo miró, se sacó lo lentes, lo limpió con el pañuelo, volvió a colocárselas, y como si bien era corto de vista, no era corto de olfato, "olió la cachada y le contestó: ¡Entre esos dos términos hay una sutil diferencia y que muestra la ductilidad del castellano, la diferencia reside, hijo, en que yo prefiero que a mí me agarren y que a ti te cojan! Dicen que ese alumno, en lo sucesivo, prefirió preguntar sobre griego o latín.

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