El 5 de septiembre de 1772 nació en San Juan Fray Justo Santa María de Oro. Fue el primero de los diez hijos del matrimonio de Juan Miguel de Oro y Cossio y María Elena Albarracín. Como era tradición en la época para los hijos mayores, ingresó a la iglesia católica, a la orden de los Dominicos, cuando tenía 17 años.
Fue uno de los representantes de San Juan ante el Congreso de Tucumán en 1816. Ese papel le valió, para la historia de la provincia, su ubicación entre los próceres de esta tierra. Así lo considera el historiador Juan Rómulo Fernández en esta semblanza que forma parte del capítulo titulado “Siete próceres sanjuaninos”, del libro editado especialmente para el cuarto centenario de San Juan, en 1962.
En los hechos de la emancipación americana, hacia comienzos del siglo XIX, actuaron, al lado de civiles y militares, distinguidos sacerdotes. Argentina los tuvo en diversos planos. Por ejemplo, Monseñor Alberti en la Primera Junta Gubernativa (1810). En la Junta Grande, siete meses más tarde, estuvo, y asumió el papel de líder, el deán Funes, y en la Asamblea del año 13 el presbítero Castro Barros expuso su tesis doctrinaria. En el Congreso de Tucumán, la primera asamblea que reunió representantes de todas las Provincias Unidas, fray Justo Santa Maria de Oro.
Oro era diputado por San Juan, y tenía por colega y coterráneo al doctor Francisco Narciso Laprida.
La aldea bicentenaria que fundara un hidalgo capitán español en nombre del Rey en cuyos dominios el Sol no se ponía, conformaba ya sus atisbos de ciudad en marcha. Anchas tapias y paredes —las tapias de tierra apisonada a puro brazo y las paredes, de adobe amasado con la misma tierra gredosa y paja de trigo, hasta el techo, a la altura de cinco varas—, puertas de algarrobo y herrajes de hierro dulce; habitaciones cuadrilongas, con piso de ladrillos cuadrados; balcones volados, zaguán, primer patio y galerías protectoras: tal la casa, una como otra y así, más o menos, todas.
Eufónico el apellido y de abolengo hispano. Desde niño, Justo era sobrio, estudioso y modesto. En el vecindario se le estimaba por su circunspección y fineza. Pisaba con leve planta la tierra y su mirada —ojos azules— perdiese en lo azulado de los cerros circundantes. En síntesis, el apellido Oro, por el padre, y el apellido Albarracín por la madre, rodeábale bien asentado prestigio en la vida local.
Recibido doctor en Teología en la Universidad de San Felipe, y también graduado maestro en Artes, recibió de la congregación dominica las órdenes sacerdotales, con todo lo cual se halló en condiciones de entrar a regir el convento de la Recoleta. El predicador era, a la vez, diestro organizador, como se vio en ese y otros establecimientos religiosos que dirigió. Después viajó por España, con cuyos soberanos se entrevistó, y volvió a Chile. Ahí estaba, entregado a su misión, cuando, al producirse la emigración de los patriotas a las órdenes de O’Higgins, traspuso con éste la cordillera de los Andes y en Mendoza estrechó, por primera vez, la mano del general San Martín.
El padre Oro, a partir de entonces, instituye una figura señera en los pueblos rioplatenses. Forzoso era que el Virreinato diera por cerrado su ciclo, con cuanto de bueno y de malo tenía. Cuando un país se ha puesto en condiciones de gobernarse a sí mismo, tiene derecho a gobernarse por sí mismo, como los seres animados que al nacer rompen fatalmente el cordón umbilical que los separa de la madre. Solamente el derecho geográfico, si se apoya en la integridad del espíritu de los hombres, es derecho.
A ese derecho natural uníanse en el padre Oro sus virtudes privadas, su firmeza y su patriotismo. La hora era llegada y fue así que un fulgor, ese fuego divino que es la inspiración, diole al dominico “de alma angélica” la aptitud de cuadrarse como un varón y de estar firme, a la altura de las circunstancias.
La actitud del Padre Oro, en medio de una confusión peligrosa, con su palabra y con su gesto, salvó para el país el principio republicano. Es decir, que por las mangas del fraile no pasaron las ideas monárquicas a que estaban inclinados muchos, aun las esposas más valerosas. Y desde aquella hora subsiste la norma que rige y orienta la evolución del pueblo argentino.
La crónica del Congreso de la Independencia está hecha. Hecha con meridiana verosimilitud. Por eso, en la galería de los próceres sanjuaninos el nombre de Fray Justo es el primero, tanto en orden al tiempo como en orden del civismo.
Datos de interés sobre Fray Justo Santa María de Oro
» Nació en San Juan el 5 de septiembre de 1772. Fue el primero de los diez hijos del matrimonio de Juan Miguel de Oro y Cossio y María Elena Albarracín. Como era tradición en la época para los hijos mayores, ingresó a la iglesia católica, a la orden de los Dominicos, cuando tenía 17 años.
» En Mayo de 1810 se encontraba en Europa.
» En 1814 colaboró con San Martín en la formación y equipamiento del Ejército de los Andes
» El 13 de junio de 1815 fue elegido para representar como diputado a San Juan en el Congreso de Tucumán.
» Durante las sesiones del Congreso de Tucumán se destacó por defender las ideas republicanas y oponerse fervientemente a las propuestas monárquicas.
» En 1828, el Papa León XII lo nombró Vicario Apostólico de Cuyo.
» En 1834 fue designado como primer Obispo de Cuyo.
» Murió en San Juan el 19 de octubre de 1836. Sus restos descansan en la Cripta de la Iglesia Catedral de San Juan.
» En 1839, en la que fuera su casa natal, comenzó a funcionar el Pensionado de Santa Rosa para Señoritas, dedicado a la enseñanza primaria y secundaria. El mismo Fray Justo había dispuesto que su casa se destinara a la creación de un Convento de Religiosas Dominicas y de un Colegio gratuito para niñas. La muerte le impidió llevar a cabo el proyecto, que más tarde fue concretado por Domingo Faustino Sarmiento.
» El 9 de julio de 1907 fue instalado un monumento en su memoria, obra del escultor Lucio Correa Morales, en la Plaza 25 de Mayo de la capital sanjuanina.
» El terremoto de 1944 destruyó casi totalmente el edificio del Colegio Santa Rosa. Adosados a la escuela contemporánea, se han conservado las construcciones originales del segundo patio de la casa colonial de Fray Justo, y la habitación donde nació el prócer, con una urna que guarda su corazón.