-Vamos a empezar la nota como hacían nuestras abuelas cuando llegaba el noviecito nuevo a la casa,¿de qué familia Gallardo sos vos?
-Yo soy de los Gallardo Montigel, de la zona de Barreal.
-El apellido Gallardo está relacionado con Calingasta, ¿no?
-Muy relacionado, hay muchos Gallardo. Vos sabés que en la guía de teléfono figuran acá más Gallardo que en Buenos Aires.
-¿Origen chileno o argentino?
-No, el origen de los Montigel es una deformación del apellido, es un alemán que vino en el algún momento pero un pariente muy lejano. Le deformaron el Montillu creo que era, o algo por el estilo. Y los Gallardo son criollos.
-Desde siempre acá.
-Sí, yo no tengo parientes o al menos no estoy al tanto de que tenga parientes en España ni ningún lugar de esos.
-Y tus padres vivieron en Calingasta.
-Mi padre vivió en Calingasta, en Sorocayense, ahí hay alguna fotito que traje de su casa.
-¿A qué se dedicaba?
-Era contratista de obras, fue muchas cosas. Cuando era chico, a los 15 años, se fue a Mendoza a vivir y trabajar en el ferrocarril. En esa época, con esa edad, si no estudiabas tenías que salir a trabajar. Ahí conoció a mi madre después a los 20, 21 años, mi madre mendocina y mi padre sanjuanino. Ya después se casaron. Tuvieron sus hijos, somos tres hermanos.
-¿Todos nacieron en San Juan?
-No, nacimos en Mendoza. En mi familia se da una circunstancia especial porque mi padre era sanjuanino y siempre decía que era mendocino. Yo nací en Mendoza y siempre digo que soy sanjuanino.
-Estaba entonces más cercano a los Montigel que a los Gallardo.
-Sí, imaginate que toda la familia de mi padre está acá, mis primos, mis tíos, es donde yo venía de vacaciones, mis mejores recuerdos están en San Juan. Siempre, no sé por qué. Mi madre, que es de esas mendocinas orgullosas, me criticaba porque yo decía que era sanjuanino, me mataba de risa.
-¿La escuela primaria la hiciste en Mendoza?
-Hasta tercer grado, después nos fuimos a Buenos Aires. A los diez años emigramos a Buenos Aires. Tengo de Mendoza el mejor recuerdo porque fue una niñez maravillosa. Buenos Aires la amo porque me dio la posibilidad de trabajar, estudiar y desarrollarme y San Juan me dio la posibilidad de trabajar y criar a mi familia.
-¿A qué edad venís a San Juan?
-A los 26 años.
-O sea que sos un sanjuanino a partir de esa edad.
-Netamente a partir de esa edad que me vine a vivir, antes venía de vacaciones.
-Parte porteño, parte mendocino.
-Pero he vivido en varios lugares, en Ecuador, en Mar del Plata, San Rafael, San Carlos.
-¿Por qué? ¿Por el trabajo o por la familia?
-Cuando nos fuimos a Buenos Aires tenía diez años y fuimos a vivir a Mar del Plata. Ahí conocí el mar, fue uno de mis impactos. A los 20 años me enojé con Argentina porque no podía dejar de trabajar para estudiar y no podía seguir volando porque se había puesto muy cara la hora de vuelo. Entonces agarré una mochila, partí y llegué a Ecuador. Ahí estuve 9 meses. Íbamos camino a Venezuela, gracias a Dios que no llegué.
-¿De qué vivías en Ecuador?
-Llegamos con un amigo sanjuanino, Mario Romera. Él actualmente vive en Miami. Yo me iba a Barcelona. Mi papá tenía un taxi y para juntar las horas de vuelo él me prestaba el taxi a la noche. Así conocí a una persona que vivía en Barcelona y que me dijo “cuando quieras te doy trabajo”. Entonces cuando me enojé, que no me alcanzaba la plata que hacía para volar, dije “me voy” y me iba a Barcelona. Y justo a Mario lo llama un hermano, que hacía cinco años que no sabían de él, que estaba en Venezuela. “Venite para acá”, le dijo el hermano. Me dice Mario: “En vez de irte solo para Barcelona vámonos juntos a Venezuela”. En esa época Venezuela era la meca para nosotros, a tal punto que te pedían visa y no nos la dieron. Y yo era tan ignorante que pensé que si iba haciendo países limítrofes en alguna embajada me iban a dar la visa. Entonces fuimos vía terrestre, llegamos a La Paz, de ahí a Lima y después a Ecuador y ahí se nos acabó la plata.
-¿Y qué hicieron?
-Nos tuvimos que poner a trabajar. Nos quedaban cinco dólares. Imaginate, fuimos a una imprenta y había media cuadra de cola, todos de guayaberas, sandalias, nosotros íbamos de saquito y corbata. Llegamos y el trabajo era nuestro. Pero a la noche ya estábamos festejando con esos últimos cinco dólares y nos escuchó un colombiano, que estaba en una mesa al lado. “Ave María, hermano, ¿de dónde son?”. Era un tipo de Medellín, enamorado del tango pero había muchas cosas que no entendía. Entonces dice “por favor díganme, explíquenme”.
-El lunfardo no entendía.
-El lunfardo, pero era un enamorado del tango. En esa época usábamos pasacasette, entonces se vino con los ocho cassettes que tenía.
-O sea que trabajaste de traductor de lunfardo.
-Nos preguntó qué hacíamos y le contamos. Y nos dijo “no, vengan a trabajar conmigo”. “¿Y vos qué hacés?”. “Vendo material didáctico. Colegios, institutos, universidades. Terminamos de cenar y nos vamos”. Así que lo acompañamos, él con su valijita, empezó a mostrar el material y ya dijo que era argentino porque en esa época nos admiraban. Al otro día cada uno con una valijita y nos fue muy bien, pero muy bien. La verdad es que todo el mundo nos compraba y al otro día íbamos y cobrábamos. Era una maravilla. Una buena experiencia.
-¿Y…?
-Entonces, junté plata, pero no conseguimos la visa por supuesto. Nos comunicamos con el hermano de Mario y él nos dijo que nos pasaba de contrabando. “Andate vos”, le dije a Mario, “si te va bien te sigo, sino volvé y seguimos trabajando”. Le fue como el traste, mal, porque cruzó y los vecinos lo denunciaron. Terminó encerrado, pero el hermano era amigo del comisario y le dijo: “mirá, lo vamos a dejar pero no se puede quedar acá”, entonces lo mandaron a la casa de una amiga de este hermano en Caracas. Se casó con la amiga, que tenía plata, así es que él rápidamente cambió su status.
-Se hizo venezolano y de ahí a Miami.
-Exacto. Y yo me quedé solo, era bastante duro estar solo. Me agarró el terremoto de Caucete estando acá. Estaba toda mi familia y yo no podía saber qué había pasado. En esa época había que hablar por una telefónica para llamar a larga distancia. 24 horas tardaron en comunicarme, en saber que estaba todo bien. Ya se venían las fiestas, se casaba mi hermano y yo dije: “¿qué estoy haciendo acá’”. Y volví, volví con el colombiano que quería conocer Buenos Aires. Por supuesto que en esa época todavía vivíamos en Buenos Aires. Así fue mi historia en Ecuador pero fue muy lindo. Una experiencia extraordinaria. El ecuatoriano, al menos en esa época, era gente espectacular. Tenían un drama grande con el tema del alcohol. Eso nos llamaba la atención, en esa época nosotros no tomábamos.
-Acá no había droga, no había alcohol.
-A lo sumo una cerveza pero mis amigos, yo, nadie se ponía en curda. Era ilógico pensar en eso y allá era normal.
-Sobre todo la gente joven no era tan normal, hoy en día son los chicos.
-Sí, lamentablemente. El alcohol ha avanzado mucho. Si se fumaba mucho en esa época.
-¿Siempre te atrajo la aviación o fue algo que apareció de pronto?
-No, yo no sabía mucho qué hacer de mi vida. No estaba seguro. Estábamos en el secundario, yo iba a quinto año a un bachillerato en la noche, el Revolución de Mayo, en Once, cerca de la Avenida Pueyrredón y Paraguay, y dimos con este amigo Mario. Él era cartero y yo trabajaba en una farmacia. Entonces me dice: “qué vamos a hacer. Vos sabés que yo le llevo sobres con un alita a un tipo que me parece que es piloto. ¿No te gustaría ser piloto?”. Yo nunca había volado y él tampoco. Y bueno, le preguntó y el fin de semana estábamos en una escuela de vuelo. Así empezó la cosa.
-¿Cómo fue?
-Nunca había volado y la verdad es que me impresionó, me impactó. 17 años tenía y me encantó. Me descompuse el primer día porque fui con los papeles, el psicofísico y todo lo demás. Pensé “un año de teoría y después recién me van a subir a un avión”. Le entrego los papeles a un señor, un instructor, López Camero se llamaba, un señor grande y me dice: “vos a este avión y vos a aquel otro”. Cuando dijo eso se me aflojaron las piernas. Yo no iba preparado para volar. Me estuvo explicando media hora hasta que salimos. En un momento, yo iba adelante, en un avión P11, él atrás y me golpeó la espalda “aflójate que estamos en el aire”. Cuando me aflojé y miré para abajo casi me muero. Y bueno, pero fue ese primer día, ya después nunca más tuve problema. Fue impresión.
-¿Es lo mismo ser piloto de avión que de helicóptero?
-No, el helicóptero requiere de mucho más sentido común, requiere mucho más análisis de parte del piloto. Todo depende del piloto. En el avión no, en el avión vos tenés una torre de control que te dice dónde está el viento, cuál es la cabecera, cuáles son los tránsitos. El que sabe volar avión no sabe volar helicóptero y al revés, son cursos totalmente distintos. Las responsabilidades son las mismas.
-El avión planea, cosa que en el helicóptero es más difícil.
-O sea, la relación de planeo es mucho menor. Planea pero es mucho menos. Sobre todas las cosas, el apoyo que tiene el helicóptero depende del criterio del piloto siempre. Vos vas a algún lugar, no tenés dos cabeceras para decidir dónde está el viento y en base a eso actuar. Sino que tenés que decidir vos, tenés que decidir el lugar, la tierra, los árboles, los cables. Hay muchas cosas a tener en cuenta.
-Antes de entrar en eso, vamos al Gallardo persona. ¿Te casaste en San Juan?
-No, me casé en Buenos Aires. Vine con mi hijo más grande cuando él tenía casi un año.
-O sea que tu mujer no era de acá.
-Es de Buenos Aires.
-¿Y acá cuántos hijos tuviste?
-Dos.
-¿Alguno piloto?
-Los dos. Uno ya es profesional, trabaja conmigo en la Dirección de Aeronáutica y el otro está a punto de recibirse de piloto comercial.
-Más que hablar ya de tu vida, lo que para mí es asombroso, fantasioso, maravilloso, es conocer la experiencia de alguien que nos ve desde arriba. Siempre me pregunté, en los momentos de crisis, como este. Visto de arriba, ¿el país sigue siendo igual? Con sus rutas, sus campos, sus calles, todo. ¿O también está en crisis?
-Vos sabés que cuando yo vuelo entiendo a veces por qué salimos de las crisis. Porque vos ves esos campos interminables de sembradíos, no hablo de San Juan que es desértico y dependemos mucho de la minería. Estoy hablando de San Luis para allá. Es impresionante, no hay lugar donde no se esté produciendo algo. Es imposible no salir.
-Cuando aparecen los movimientos ecologistas, que muchas cosas uno comparte, lo primero que uno dice es “y si hacemos un recorrido en un helicóptero y ven lo que es San Juan desde arriba, a lo mejor les cambia el concepto sobre minería no”.
-Por supuesto. Nosotros tenemos un 4% cultivable, no creo que llegue a un 5%. Si no nos dedicamos a la minería vamos a ser toda la vida una aldea y eso no puede ser. Yo le propongo a los porteños que hablan de la minería, yo me tomo un vaso de agua en Veladero y ellos que se tomen un vaso de agua del Riachuelo, a ver cómo les va.
-Es cierto que antes de ser piloto fuiste farmacéutico.
-En realidad fui empleado de farmacia y después sí tuve mi propia farmacia.
-¿Acá en San Juan?
-Sí, exacto.
-¿Y mantenés esa actividad?
-No, la vendimos en 2002 y ya me dediqué netamente a lo aeronáutico. Ahora tengo helicóptero. Cambiamos la farmacia por el helicóptero.
-De pronto Walter Gallardo se transforma en alguien que era conocido por todos a través de un accidente de aviación.
-Sí, increíble. No por haber hecho una maravilla sino lo contrario.
-Y es que es así. La noticia no es que el avión llegue a destino. El 99,99% de los vuelos terminan bien. Es el 0,01% que termina mal.
-Sí y vos sabés que a raíz de eso me hice conocido a nivel nacional. En esa época estábamos en crisis económica. La crisis era muy grande. Me acuerdo que cuando tuve el accidente ganaba 500 australes y un alquiler valía 300 o 350. O vivía o comía, era una cosa rara. Ahí me ofrecieron la posibilidad de un trabajo en Cataratas. Yo acá ganaba 70 dólares por mes, como piloto y fui allá a ganar 800, que no era mucho, pero era enorme la diferencia con respecto al sueldo de acá. Así fue.
-¿Y?
-Y me pedí una licencia sin goce de sueldo, hablé con Pepe Licciardi que era director nuestro en esa época. Pepe me dijo: “si, no lo puede desaprovechar”. Nos habíamos quedado sin helicóptero acá y estaba entrando uno nuevo de origen francés fabricado en Brasil. Y me dijo: “tómese las vacaciones y vea de qué se trata”. Yo tenía dos o tres meses que había juntado de vacaciones y me fui. La diferencia de sueldo era abismal. Pepe me dijo: “pídase una licencia sin goce de sueldo y vuelva después”.
-¿Volviste?
-Trabajé un año con esa licencia sin goce de sueldo y le digo: “Pepe, pero… acá siguen ganando 70 dólares por mes y yo allá 800“. Y me dijo: “bueno, renuncie, renuncie y vuelva cuando quiera”. Cuando se me terminó la licencia. Le dije “¿Pepe está seguro?”, porque no era fácil renunciar. “Usted renuncie y cuando quiera vuelva”. Y así fue. Yo dejé de trabajar allá en marzo de 1990. Vine acá el 24 de marzo y le dije “Pepe quiero volver a entrar”. “Venga mañana”. En esa época entrábamos por decreto acuerdo. Él hizo hacer el decreto y fuimos ministro por ministro buscando la firma y al otro día estaba trabajando.
-Era la época en la que acá estaba Bustelo, el Tarta Arias.
-No, eso fue antes. En la época en que el Pepe era piloto. Cuando él entra como director de Aeronáutica había 5 pilotos. Aníbal Touris, que todavía está con nosotros; Orlando Bustelo, que falleció y era jefe de operaciones, Barcena, Molina y Alzogaray. En un momento ellos tres no estaban de acuerdo con Licciardi, presentaron la renuncia y dijeron “o él o nosotros” y Uliarte, que era el secretario general en esa época y les dijo “nunca hemos cerrado la puerta para que entren pero tampoco para que salgan. Si se quieren ir...”. Y ahí entramos nosotros. Creerse imprescindible no es bueno, nadie es imprescindible.
-De pronto ese accidente. Yo recuerdo que el protagonista era un empleado de Hidráulica ¿puede ser?
-Claro, nosotros hacíamos el trabajo de relevo de personal de la gente de Hidráulica que estaba en Pachón. Ellos se quedaban todo el año ahí.
-Era el tiempo en que se medía la cantidad de agua de los pronósticos personalmente.
-Todos los días, daban el informe por HF.
-¿De pronto había gente que había quedado aislada ahí?
-No, ellos vivían ahí y nosotros hacíamos el relevo en invierno, cuando no podían entrar las mulas. Era lo normal. Pero a veces nos atrasábamos, por H o por B, por la meteorología, porque el helicóptero se usaba para otra cosa y se demoraba. Y esa vez que fue el accidente estábamos demorados un mes aproximadamente. O sea que la gente debería haber bajado un mes antes y estaba ansiosa.
-¿Tenían comida, tenían de todo? A pesar de que era un mes más.
-Sí. Porque aparte ellos estaban de alguna forma relacionados con los chilenos que iban a las veranadas así que siempre tenían quesos. Yo llevaba las dos personas más cien kilos de carga. Llevábamos fiambres, carnes, comida enlatada.
-¿Qué pasó ese día?
-El día del accidente fue el 7 de agosto de 1987. Entramos a la mañana temprano, siempre salimos de madrugada. La mejor hora para entrar en la cordillera es la primera y nos agarró una tormenta, que tengo entendido fue la segunda del siglo. En 1957 fue la primera y en 1987 la segunda, ahí estábamos nosotros. Justo entra desde el lado del Pacífico y nos sorprende cuando estábamos ya muy cerca del lugar donde íbamos. Para colmo erramos la entrada a la quebrada de Pachón. En esa época era normal, no había GPS, no había celular.
-Pero si había pronóstico del tiempo.
-Sí, los tipos de arriba. El drama fue que ese día, después me entero yo, era el cumpleaños de la esposa de uno de ellos. Para comunicarse la familia tenía que ir a Hidráulica, había un equipito de HF y ahí se comunicaban. Y el hombre le dijo: “vos prepará todo para mañana que yo sí o sí voy a estar”. Entonces cuando yo le pregunté la meteorología ese día, el viento estaba como yo quería, la presión estaba como yo quería.
-Te mintió.
-Sí, evidentemente. Sentía un poco de turbulencia y dije “ya va a pasar, ya va a pasar” y cuando llegué ahí era un desastre que no me permitió salir.
-Cuál es la sensación de ver que se viene abajo la máquina.
-Bueno, para el piloto es bastante triste y para el pasajero fue preocupante. Yo lo único que pude advertirles fue “agárrense porque vamos al piso”. Es un descenso más rápido de lo normal y te ves venir el piso. El problema era que en esa época nosotros teníamos un helicóptero, para que tengas una idea, teníamos 420 caballos de fuerza y estábamos limitados a 317 por la transmisión.
-¿Era un Bell?
-Un Bell 206 chiquito. Hoy trabajamos con 1.110 caballos de fuerza, para que tengas idea de la diferencia, entonces estábamos muy limitados, muy jugados. Es impensado hoy hacer ese trabajo con el helicóptero con que lo hacíamos y era lo que teníamos.
-Yo anduve en Bell y una vez al lado nuestro iban dos Lama de fabricación militar y fue un Lama el que se cayó, se lo chupó la montaña.
-Cuando te agarra una corriente descendiente como esa, imaginate que la sensación es te quedas en el aire, vos suspendido, como persona, y el helicóptero baja. O sea, te levanta del asiento. Si no estás bien agarrado pegás contra el techo.
-Dicen que en una caída son tres golpes los que siente el piloto. Uno es el impacto contra el suelo pero después los órganos sufren internamente y otro dentro del avión, de la cabina.
-No, en realidad fue muy extraño. Es el único accidente que he tenido en una aeronave y te digo que cuando nosotros entramos en la nieve fue un instante, ni siquiera un abrir y cerrar de ojos, más rápido que eso, estábamos quietos, tumbados a 90 grados y con todo quieto como si no hubiese pasado el tiempo. Si yo me mataba no me daba cuenta. Estoy seguro de eso porque no pasó el tiempo, fue “guarda guarda que entramos” y listo, todo quieto. “¿Estamos bien, todos bien? Bueno, a salir y apagar la tubera de escape porque salía humo. Yo decía “se llega a prender fuego esto”.
-Lo primero es salir.
-Salir, agarrar el matafuego, tirárselo a la tubera de escape y después por supuesto prender un pucho, en esa época yo fumaba. “Seis puchos me quedaban, a qué hora me van a venir a buscar por Dios”. Prendo el cigarrillo y le doy una pitada después de ese accidente imaginate, me ahogué porque estábamos a 4.000 metros de altura, casi me muero. No me entraba el aire. Dije “que matraca, me voy a morir del pucho y no me maté por el golpe”. El susto que me pegué fue enorme. Yo era un fumador de treinta puchos por día, me olvidé. Durante los nueve días ni se me pasó por la cabeza del susto que me pegué.
-A su vez no tenían comunicación con San Juan.
-No. Se rompió la caja de audio, las antenas, pasaban esa misma tarde los aviones de la cuarta brigada de Mendoza pero no había forma de comunicarse y ya estaba totalmente cubierto. Ellos no nos veían y yo los escuchaba nada más. Y lo único que teníamos era una broadcasting, te acuerdas la onda 7 Mares, que venía con el mapamundi y los husos horarios. Y con eso alcanzábamos a escuchar las dos radios de San Juan, las AM en esa época.
-Claro, tenían gran alcance en ese tiempo, sobre todo Colón.
-Colón, si, escuchábamos a la noche. Durante el día no se escuchaban las radios de acá, se escuchaban las chilenas. Por ahí largaban una noticia nuestra. En un momento estaban en Salamanca, un grupo de rescate que decía que estaban detrás de nosotros pero sabíamos que era imposible llegar porque la tormenta no los dejaba ver. O nevaba copiosamente o había viento blanco y el viento blanco es tremendo. 34 grados bajo cero hicieron.
-¿Y dónde estuvieron?
-Dentro del helicóptero. Metidos detrás porque los plexi de adelante se habían roto. Estábamos en un cubículo muy chico y el piso era una de las puertas. Entonces había uno de nosotros tirado en el piso. Íbamos rotando porque era el lugar más cómodo, y los otros dos haciendo equilibrio sentados sobre los asientos delanteros, agarrados con el cinturón de seguridad de uno de los hombros. La posición fue complicada. Eso fue lo más complicado de todo, soportar tantos días.
-¿Qué comían?
-No teníamos hambre, teníamos sed. Era desesperante la sed, la altura te deshidrata y a pesar del frío estábamos desesperados de sed.
-¿No podían comer nieve?
-La nieve no te quita la sed. O sea, primero derretíamos con velas. Teníamos un tarro de esos de duraznos en almíbar, lo poníamos media hora y quedaba un sorbito para cada uno. Salíamos a orinar dos veces por día y cuando salíamos a orinar de paso juntábamos nieve en bolsa y masticábamos nieve, ya al final no había otra.
-¿Pero si en vez de haber sido nueve días hubiesen sido veinte?, ¿qué hubiera pasado?
-Los hubiésemos soportado porque llevábamos comida, dentro de los 100 kilos de carga, aparte de ropa. Yo no los dejé llevar a alcohol, venían con unas damajuanas. Y después me decían de todo porque entre medio de la ropa llevaban una caña Legui, ¿se acuerdan esa famosa?, y de sorbito a sorbito nos duró un día.
-“Bajame la caña, Carlos”, esa era la publicidad.
-Sí, exacto. Nos duró un día nada más, un manjar. A mí no me gustaba la mortadela y ellos llevaban una bocha y para mi hoy no hay manjar más rico que la mortadela.
-No podían prender fuego, ni nada, todo ahí adentro.
-No y mirá cómo sería el frío que la tapa del tanque de combustible quedó para arriba pero no nos daba tiempo a sacar combustible ni a intentar nada por el frío. Nos queríamos meter ahí adentro, que estaba muy frío igual. Adentro tiritábamos pero afuera era imposible. Hasta que nos tapó la nieve, ahí se formó un iglú y entendí cómo funciona.
-¿Cómo funciona?
-Es una maravilla. Como nos tapó todas las paredes, el ambiente adentro fue muchísimo más agradable que durante el resto de los días que le pegaba y era un freezer eso ahí adentro. De haber sabido cómo era la cosa tendríamos que haber paleado el mismo día que llegamos porque había nieve. Tendríamos que haber paleado y haberlo tapado de nieve, nos hubiésemos ahorrado un frío tremendo. Yo te diría que eso fue… nos caímos un viernes y el miércoles se terminó de tapar.
-Me imagino las cosas que le habrán dicho al mentiroso.
-Ah, sí. Ellos llevaban algunas revistas para entretenerse allá y en una de esas estaba una nota a Fernando Parrado, uno de los uruguayos, entonces por supuesto, “mirá lo que te va a pasar”.
-Cuando llegás así a límites de supervivencia, y conociendo la historia de los uruguayos, uno es capaz de comerse a una persona.
-¿Si soy capaz?
-Si uno es capaz, en general.
-Yo creo que el ser humano sí tiene cierto grado de inteligencia, sí. Si porque el cuerpo sin vida ya es carne. Yo sinceramente los admiro a los uruguayos y especialmente por eso, por lo inteligentes que fueron. Se salvaron 16, no debería haber quedado ninguno.
-Cuando se producen estos problemas, en este caso fue una tormenta pero un accidente de los tantos que se producen cada día, es por falla de la logística, del piloto, falla de la máquina, ¿de qué?
-Hasta la década de 1970 un alto porcentaje de los accidentes eran producto de fallas de material, fallas de motor. Ha avanzado tanto la tecnología, pero tanto, que hoy en día si hay un accidente normalmente es falla del piloto, falla de mantenimiento del mecánico que no hizo bien una cosa pero es muy difícil que falle el material aeronáutico, es extraordinariamente seguro. Para que tengas una idea, el avión de Air France que se cayó en el Atlántico, matando tanta gente, que era un avión de última tecnología, fue una falta de interpretación de los pilotos, eran muy nuevos y no entendían lo que estaba pasando y se cayó al agua. Al avión lo tiraron al agua.
-Cuando se cayó ese helicóptero de fabricación militar, me acuerdo que en la gobernación estaba Pablo Aguiar y él decía “no es lo mismo ser piloto en la pampa que en la cordillera”. Hay que educarse de nuevo.
-Sí, el vuelo en cordillera es totalmente distinto y más difícil que el vuelo en la pampa. En la pampa vos tenés la presión siempre muy buena. No tenés obstáculos. El viento no golpea contra nada y no produce turbulencia. Los vientos no se aceleran como en la cordillera. Cualquiera que ha ido a la montaña, a Chile por este paso o por el de Mendoza, se da cuenta que cuando se cierran los cerros se forma lo que se llama un “Tubo de Venturi”, está pasando una masa de aire y como se achica tiene que pasar más rápido y en consecuencia se acelera el viento. A nosotros nos afecta mucho eso. Hay que conocer y saber para estar metido adentro.
-¿Qué pudo haber pasado cuando se cayó el helicóptero del gobernador Gioja?
-Eso fue, según mi criterio, una desorientación espacial del piloto.
-¿Del piloto?
-Sí, se metió en una nube de tierra y ahí se perdió lamentablemente.
-Pero si vos sos piloto, y vas a salir con el helicóptero, ¿no pedís que rieguen al menos?
-Sí, pero no siempre porque sino la Guerra del Golfo por ejemplo no se hubiese podido realizar. Hay técnicas para salir del polvo y para entrar al polvo, pero para salir especialmente. Hay dos técnicas, una es hacia arriba y la otra es hacia el frente pero tenés que tener en cuenta dos o tres cositas y estar muy concentrado. Por eso te digo que es mucho más difícil ser piloto de helicóptero que de avión. En avión nunca te va a pasar eso, no hay posibilidades. En helicóptero tenés que prever y tenés que saber salir de la tierra.
-Cuando vos subís al helicóptero, esto es cada día, es como si subieras al automóvil o sabés que estás arriesgando tu vida.
-No, es mucho más placentero subir al helicóptero.
-¿Te sentís más seguro?
-Sí, claro. No hay tránsito. Si te equivocás, no mucho, pero si te equivocás un poco no hay problema porque no tenés tránsito, no tenés banquina, no tenés esquinas, no hay semáforos.
-Pero a veces tenés que optar por bajar. Si tenés que hacer eso, no es lo mismo en la pampa, que en el cerro o en el mar.
-No, pero uno va concentrado. La concentración en el piloto es fundamental pero lo disfrutás. Yo como piloto lo disfruto. Que salga bien un aterrizaje, que salga como yo lo preveo para mí es un placer. Es distinto el auto, ahí no hay bocinazos, no hay prepotencia, es una maravilla.
-Arriba no tuviste nunca un accidente grave, lo tuviste abajo, casi te quemás, te quemaste.
-Ah sí, me quemé el 55% del cuerpo en una explosión muy tonta que hubo.
-¿Cómo fue eso?
-Yo estaba volviendo de otra etapa que tuve, que no pude quedarme en San Juan porque no me alcanzaba el dinero que ganábamos en la Dirección de Aeronáutica y todavía no tenía mi helicóptero en servicio. Y me fui a trabajar a Buenos Aires. Logré armar mi helicóptero y cuando estuvo pegué la vuelta para trabajar. Para mí la Dirección de Aeronáutica es el trabajo más espectacular del mundo. Entonces volví, eso fue el 5 de enero de 2013. El 6 me fui a tomar algo con mis amigos en el Aeroclub y el 7 hacía mi primer vuelo en la Dirección de Aeronáutica. Llega el presidente y dice “va a llegar el camión de combustible, de noche, ¿quieren descargar ahora? porque si no se llevan el combustible y no vamos a tener”. Todos empezaron “No, no”. No había luz, no había nada. Queda así la conversación, A la nochecita llega el camión y veo que mi hijo Matías, el que es piloto conmigo, va caminando hacia allá. Entonces me despido de la gente y digo “busco a mi hijo y nos vamos”. Y cuando llego estaban descargando ayudándose con una bomba mecánica, con motor de explosión. Entonces empecé a discutir con el chófer “¿qué estás haciendo?, esto es una locura. Es peligroso” y explotó. Y ahí estaba yo. Mi hijo se ríe porque dice que me levanté como pude, y dije “viste que era peligroso”.
-Creo que escuchándote hablar está demás esta pregunta, pero te la hago igual. ¿Fuiste feliz como piloto?
-Sí, claro. No tengo ninguna duda. Es una profesión maravillosa.
-Se ganará más o menos ¿pero la repetirías?
-Eso es al margen. No se gana bien en la Dirección de Aeronáutica a lo mejor pero el trabajo que se hace es maravilloso. Los vuelos sanitarios, los rescates, todo es una maravilla.
-¿Tuviste algún otro problema grave en algún vuelo o no?
-Sí, tuvimos una despresurización explosiva volando con mi hijo, con un vuelo sanitario, íbamos con el doctor Derman atrás. Íbamos con dos pacientes, dos criaturas. Cayeron las máscaras, todo pero lo resolvimos bien porque todos los años vamos a simulador, a entrenar, sobre todo lo que nos puede llegar a pasar y una de las cosas que entrenamos es la despresurización explosiva, descenso de emergencia se llama. Salió todo muy bien por suerte.
-Walter, hay que despedir esto, terminamos. Elegí una canción, la que va a ser el fondo del final.
- Alguna de Aretha Franklin puede ser, cualquiera de ellas.
El Sr. Walter Gallardo presenta las siguientes características psicografológicas: * Escritura con inclinación hacia la derecha, lo cual manifiesta equilibrio entre la razón y el sentimiento. Presenta madurez de criterio y capacidad de reflexión. * Se observa un pensamiento libre y creativo que no queda fijado a las reglas que se deben observar y guardar. Aunque respeta las reglas sociales, no se dejaría esclavizar por ellas. Por lo tanto vive la libertad personal dentro de un orden adaptado pero personalizado. * Su margen izquierdo es pequeño, pudiendo manifestar sentido del ahorro, prudencia, influencia materna o del pasado. * Se presenta lucidez de pensamiento y claridad de ideas. * Se detecta buen nivel de autoestima, lo que lo hace consciente tanto de sus debilidades como fortalezas. Hay espontaneidad y expansión equilibrada. * Posee un correcto equilibrio entre la visión global y detallista de las cosas, capacidad de adaptación y organización. * Presenta vivacidad, dinamismo y sentido de la acción. * Se observan rasgos indicadores de fluidez en los sentimientos, los pensamientos y la acción. * Su firma posee una dirección ascendente, lo cual revela tendencia al optimismo, a espíritu de superación y de perfeccionamiento; confianza en el éxito y en si mismo. Por Elizabeth Martinez |
Cómo lo vi Una de las obras más difundidas de la literatura es sin lugar a dudas El principito, una novela corta que sigue atrayendo a distintas generaciones de todas las edades. No es casual que el relato sea obra de un escritor, dibujante y aviador, el francés Antoine de Saint-Exupéry. “El Principito” cuenta la historia de un aviador que sufre una avería en su nave y se pierde en el desierto. Allí conoce a un pequeño príncipe, con el que mantiene conversaciones clarificadoras sobre lo estúpidos que nos volvemos los seres humanos con el paso de los años. ¿A qué viene esta historia? Walter Gallardo ha pasado tanto tiempo volando como caminando sobre la tierra. Uno lo escucha y advierte que para él volar no es un trabajo sino una necesidad tan vital como comer o dormir. Una especie de embrujo del que no quiere salir. Como si esto fuera poco, Walter no es un piloto comercial que sigue rutinarias rutas preestablecidas. Cada día para él es –desde hace muchos años- una aventura que puede llevarlo a un rescate en la cordillera, una búsqueda en el desierto, un salvataje sanitario de urgencia en lejanas sierras o el traslado de encumbrados personajes. Y ese cambiante trabajo es lo que lo ha hecho vivir aventuras increíbles, algunas con sus lógicas cuotas de riesgo. Walter se acostumbró a mirar a la vida desde el aire. El desierto, los sembrados, los caminos y lo humano se aprecian desde las alturas en otra dimensión. Y aunque sabe que en ese mundo no caben las distracciones, puede volar sin banquinas, sin semáforos, sin esquinas y sin el ruido de las ciudades. Para nosotros, simples caminantes, es una buena experiencia conocer su historia. JCB |
La nota fue publicada en La Pericana el viernes 2 de noviembre de 2018, en la edición Nº 132