Cultivan verduras y frutas, amasan el pan. Se tejen sus mantas y se ayudan mutuamente.
Bien podría llamarse la garganta del Sol. Es que hay que quedarse mirando varios minutos para poder creer que en pleno desierto de arena y piedra laja se abra un surco de unos 300 metros de ancho por tres kilómetros de largo y en su interior se observe un oasis de vida. Palmeras, higueras y cepas cultivadas como parrales tienen un verde especial desde la altura, a un costado del río que baja de la vertiente del Ojo del Agua. A un costado de la huella el cartel de lata dice "Bienvenidos Las Chacras".
Y, desde ese punto, el camino se descuelga bruscamente unos 200 metros. Abajo, las relaciones personales están por encima de todo. Una familia se encarga del mantenimiento de la capilla de la Virgen de Andacollo, que cada 26 de diciembre recibe a cientos de visitantes para la fiesta del pueblo. Los hombres abrieron a pico y pala la huella que va uniendo las casas. Por un costado ellos mismos hicieron la conexión con mangueras para llevar el agua del río a las casas. Las mujeres con más edad tejen las mantas para la familia y, si se las encargan con tiempo y les llevan el material, las venden. Los hombres se encargan del trabajo duro: hacer y poner las herraduras a los caballos, traer leña y cuidar las majadas de cabras.
En Las Chacras tener dinero no sirve de mucho. Lo más cercano es Marayes, a donde se tarda en llegar 6 horas a caballo. No hay caminos buenos, no hay vehículos, no hay electricidad, y el nexo con los grandes centros de consumos son los maestros, que trabajan 10 días y descansan 5. O la camioneta de Acción Social de Caucete, que entra cada 10 días para llevar la ración de comida para los chicos.
"Aquí si a uno lo ven sentado solo la gente se para y comparte un ratito, porque saben que en algún momento van a necesitar que les den una mano", cuenta el maestro Blas Andrade, que lleva 8 años dando clase en la escuela nacional Nº 102, Rómulo Guiffra, el punto neurálgico del pueblo. Es la única construcción de ladrillo y cemento, con piso de baldosas, con puertas, ventanas y baños. Allí está la radio de la red oficial. Allí se sirve a los chicos todos los días la comida. Y allí es el único lugar donde se enteran de lo que pasa en el resto del planeta a través de Radio Colón, la cual escuchan gracias a una antena casera: en la punta del cerro pusieron un palo con un alambre de parral que baja por el techo de la escuela directamente a la antena de una pequeña radio.
El río es lo que da existencia a Las Chacras y, allí, uno toma conciencia de la importancia del agua para que haya vida. En cada una de las casas hay pequeñas chacritas sembradas con verduras y frutas, y muchos troncos ponen en evidencia que llevan décadas en el lugar. Las viviendas, construidas sobre diferentes terraplenes al margen del río, son todas de piedra laja pegadas con barro, y los techos de caña y barro están a no más de 1,80 mts. de altura. Pocas familias consiguieron cemento y le hicieron revoque a las paredes.
Además del turismo, este pueblo tiene otra riqueza incalculable sin explotar: la histórica, sobre todo la relacionada con la minería. Sobre la misma huella que une las casas están los morteros que los indios hicieron sobre las rocas duras. Y a un costado de la capilla principal hay dos Marayes que pertenecieron a la mina de oro El Morado, 80 km. al Norte de Las Chacras, que llegaron allí en 1950 y eran usados para triturar la roca y luego lavaban ese material en el río y así obtenían el oro. Y a pocos kilómetros de Las Chacras, en lo que era una mina de cuarzo, aún hay restos de los baños de los indios.
Desde la mayoría de las casas se puede ver en lo alto del cerro, a un costado del cementerio, el camioncito Canadiense de Don Hernán Díaz. Su hija vive en Marayes y contó la historia: "Hubo un tiempo que todos los hombres de Las Chacras trabajaban gracias a ese camión. Como era doble tracción, podía bajar y llevar agua del río a los tachos donde se calentaban las ramas del retamo y se le sacaba una cera que era comercializada. Pero después el gobierno prohibió el uso del retamo y todo eso se perdió. El camión quedó estacionado ahí y ahora es como el patrimonio de Las Chacras".
Nélida Marín - El eje del pueblo. Es la portera de la escuela, encargada del equipo de radio del Gobierno que los conecta con el mundo, presidenta de la Unión Vecinal de las 19 casas, responsable de los planes sociales, artesana del tejido, enfermera y partera de uno de sus nietos. Se llama Nélida Marín y si quisiera exhibir todos estos pergaminos en las paredes de su casa no los podría colgar porque en la única que tiene revoque de mezcla está llena de imágenes religiosas.
Como si todas estas actividades fueran poco, es una referente de la fe, ya que en el fondo de su propiedad tiene la capillita -la original del pueblo- que los abuelos de su esposo levantaron con piedra laja y barro después del terremoto del "44, en donde exhibe uno de los tesoros más preciados de Las Chacras: un cuadrito de 20 cm. por 40, con la primera imagen de la Virgen de Andacollo que llegó al lugar, y por la cual se adoptó como patrona. La llevó allí la abuela de su marido, Teresa de Olguín.
Doña Nélida es madre de cuatro mujeres y abuela de 10 nietos, sigue haciendo cosas por su pueblo y todos los días se impone nuevas metas.
El paisaje
Las Chacras es un vergel en medio del desierto de arena. A los costados del río crece todo lo que se siembre. Metros más arriba, entre las piedras lajas, asoman jarillas y retamos.
La gente
9 familias son las que viven en Las Chacras, y 22 son los chicos que van a la escuela. La gente del lugar calculan que son unos 60 en total los que allí viven. Muchos de ellos tienen hijos que se fueron a estudiar a Caucete o a San Juan y no volvieron. Es gente que siempre recibe a las visitas con una sonrisa y, a pesar de que están todos muy cerquita, les gusta que los visiten en sus propias casas.
Fuente: Publicado en Diario de Cuyo el 25 de mayo de 2010 en el suplemento 50 pueblos del bicentenario