El siguiente artículo escrito por Gustavo Martínez fue publicado en El Nuevo Diario, el 1 de marzo de 1991 en la edición 497
Podría ser un duende musical del medioevo o el anciano sabio de los cuentos de hadas. De cuerpo más bien pequeño y pelo cano, don Andrés Antonio Martínez es, en realidad, una de aquellas personas a las que basta ver para saber que hicieron en la vida lo que les gustó hacer. A los 81 años, Don Andrés, con sus ojos brillantes e inquietos es dueño de una presencia afable y bonachona, de una humilde sencillez y de una capacidad admirable en la fabricación de instrumentos de cuerda. Ha sido, durante decenas de años, el luthier de la Orquesta Universitaria.
Llegamos de pronto, sin avisar. Se sacude la ropa, se peina con los dedos y se sienta frente a nosotros con la expresión tranquila de quienes no tienen nada que ocultar. “Yo no tengo cosas tan importantes para contar, pero pregunte”, dice, con su acento murciano, rodeado de violas, laudes y violines. Ese es su mundo. Es difícil imaginarlo en otro entorno. Nació con olor a buena madera y con el oído bien educado. Su padre, músico y carpintero le enseñó los primeros rudimentos de la luthiería. El tío de su abuela, nacido en 1767, fue uno de los artesanos preferidos en la corte del Rey Carlos IV.
“Nací en la provincia española de Murcia y vine en 1951 —cuenta— empecé trabajando en la carpintería pero cuando tenía tiempo hacía algunos instrumentos como hobby, porque eso es lo que realmente me gustaba”.
La calidad de su trabajo le permitió trabajar para los músicos de la antigua Orquesta Provincial de la Universidad Sarmiento. Fue luego el luthier de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de San Juan, donde se jubiló. “En realidad ahora trabajo poco —admite—. Es mi hijo el que sigue con el oficio".
Una mirada nuestra a los instrumentos colgados en el taller hace que se levante y nos muestre algunas de sus obras. “Este es un laúd barroco de la época de Bach. Este es un violín para niños de corta edad. Esa otra es una viola. Esta que estoy reparando es una baladeika, instrumento ruso de la época de Pedro el Grande. Escuche como suena.”
La cadencia de las cuerdas tensadas le dan a la entrevista el brillo de sus laudes y la plasticidad de la voluta en sus violines. Aprovechamos el intermedio musical para repasar con una panorámica la calidez del taller. Además de la mesa de madera rústica, y el universo de instrumentos, cajas y clavijas colgados, una pequeña biblioteca abarrotada de libros de arte y enciclopedias musicales. En uno de ellos, figura la biografía de Pedro Ramón Barba, hermano del padre de su abuela, un escultor del siglo XVIII que llegó a ser director de la Escuela de Arte de Madrid y a quién el Rey Carlos IV encargó varios trabajos y otorgó una pensión.
“En realidad esto no me honra a mí —dice don Andrés—. Uno se honra por lo que hace. Uno debe hacer más que sus antepasados porque si hace menos, los deshonra a ellos. Es como el que hereda una gran fortuna y la tira”.
La pregunta final resultó obvia pero la contestó gustoso. “Si, estoy conforme con el trabajo que he hecho durante toda mi vida. No me ha producido mucho dinero, no tengo más que esta casa, pero la satisfacción es lo que vale”.
Permanecemos unos segundos en silencio. Se hace difícil terminar la entrevista. Es que entrar al taller del luthier Martínez es como ingresar a un mundo fantástico de violines y nobles maderas europeas, de cortes medievales y oficios ancestrales. Un mundo de cuerdas tensadas del que uno se resiste a salir.