El profesor César Eduardo Quiroga Salcedo, doctor en filología y lingüística, ha incursionado en forma brillante en el terreno del folklore y el indigenismo. “Lalo” es un agudo observador de las pautas culturales sanjuaninas, las que ha podido contrastar en virtud a sus múltiples relaciones, que lo vinculan con las más eminentes autoridades del tema en América y Europa. Sus ojos parecen escudriñar detenidamente su derredor presente e histórico y remontarse con gozo y autoridad a cualquier lugar, en cualquier tiempo para analizar vidas y procesos que de alguna manera contribuyeron a que los sanjuaninos seamos como somos. La siguiente entrevista fue realizada por Jorge Rodríguez y publicada en El Nuevo Diario el 22 de marzo de 1922 en la edición 500
— Quizá sea un prejuicio mío, pero en San Juan, no obstante no ser una sociedad dinámica también pareciera que la palabra “folklore” se escucha cada vez menos. ¿Es así?
—La palabra quizá sí, pero en los hechos, no. En general folklore es todo lo que es forma de sabiduría tradicional. Se ha ampliado el concepto de folklore y ya no es únicamente rural —siempre que hablamos de folklore hablamos de caballo, de montura, de la manera de montar, la caza del guanaco y del avestruz— un folklore nutrido del campo, ahora incorporamos las expresiones urbanas. En el caso de Buenos Aires —digo Buenos Aires porque aquí se manifiesta menos— es ya folklore la pintura y las leyendas de camiones y colectivos. En estos momentos en que la desocupación del campo es muy grande, la población rural emigra a las urbes, pero suele conservar un poco las tradiciones familiares. Antes había que ir a buscar esas manifestaciones a los puestos lejanos, en Rodeo, Iglesia, Valle Fértil. Ahora los tenemos en el cinturón periurbano en Rawson, Mogote o Chimbas.
—Algunas manifestaciones están muy cercanas...
—Y aunque no nos demos cuenta, viven con nosotros. Así, los compadres. El ser compadres implica compromiso sagrado, digamos hasta de admiración. Se tratan de usted, no se faltan nunca el respeto. La hospitalidad, en donde es casi sacro el buen trato al huésped. Son cosas que no se han perdido; cosas como el bailar para la Virgen de Andacollo. ¿A dónde se remontan esas prácticas? Indudablemente transmitidas en forma generacional. Se ha venido dando un rechazo a cambios más o menos violentos en la sociedad. Y mientras ese rechazo exista, estas pautas de cultura subsistirán. Así en esa canción de los Trovadores de Cuyo que ven en la muerte del trovador un síntoma de ese drama. El trovador consideraba la cuyana. Iba con su guitarra y le entonaba una aldecha o una tonada o una canción a una joven en una reja con malvones y madreselvas... Pero todo eso ha cambiado
—¿O se acabó?
—O se acabó, la vida lo ha hecho modificar, pero eso no quiere decir que haya muerto la tradición. Que no nos cultivamos es verdad, que la escuela no los protege también es verdad. Usted se va a un departamento como Valle Fértil y pregunte cuántas personas saben curtir cuero. Y de las que saben, cuántas lo hacen. No le digo hacer velas... porque mi abuela hacía velas. Pero ahora, es un retraso que la sociedad ¡no lo puede soportar!
—El curtir cuero era sustento de familias...
—Y puede seguir siéndolo. Lo que sucede es que hay que incorporar algunos elementos que permitan que eso sea una actividad que permita vivir.
—Pero con tecnología se romperla el encanto de la primitividad...
—Es que tienen que intervenir en el circuito. Veamos otro caso: la copa de leche. ¿Qué leche le dan a los niños? ¿Es en polvo o de vaca? Yo quisiera ver cuántos niños toman leche de vaca donde hay lecheras. De hecho hemos tenido la experiencia de llevar vacas lecheras a algunas fincas, pero los chicos preferían la leche del tarro. ¿Quién le ha inculcado al niño que tome leche del tarro teniendo ahí las vacas?
—Probablemente la escuela....
—Bueno… los maestros rurales que asisten a estas escuelas tienen una profunda estructura mental urbana. Son por lo general los que “van a hacer puntaje" y mientras están allí desesperan por volver. Al no saber lo suficiente de folklore, nada pueden transmitir que no sean pautas urbanas. Y acaso pase lo mismo con las herramientas y los recursos autóctonos. Por ejemplo: ¿Qué chico rural aprende a trabajar con totora en la escuela? Y eso que está al alcance de la mano. Ahora se trabaja con totora, pero de la plástica y hay que comprarla. ¿Cómo es eso? Creo que no se plantea con inteligencia el tema. Hay elementos de tradición que sí deben continuar, canales de comunicación que pueden seguir abiertos.
—Esas vías de transmisión cultural que ahora han sido reemplazadas.
—Desde el ingreso del transistor las cosas han cambiado aceleradamente. Me tocó una vez ir a comprar un chivato —y ante mi sorpresa— el dueño de la majada se dio vuelta para preguntarle a la mujer el precio en Liniers. Muchas veces en búsqueda de historias, refranes o adivinanzas —verdaderos referentes del folklore— me han referido algunas que no son del lugar, son aprehendidas por otra vía, llámese radio, libro o televisión.
—El disponer de esos medios marca diferencias entre los criterios de un habitante de la ciudad y uno de los departamentos alejados.
—Sí, pero no en exageración. En San Juan los departamentos alejados son reductos en donde hay mayor tiempo para conversar, mayor contacto con la naturaleza, en donde la televisión no juega un papel decisivo a la hora de normar. La vida tiene una simplicidad que hace resaltar valores y características de la vida, mucho más sustancialmente que en las ciudades en donde estamos atrapados e inmovilizados por las exigencias y los horarios. Pero no siempre es fácil asegurar que este sistema de transmisión tenga limitaciones de tipo geográfico, ni decir que unos son atrasados y hasta que otros viven como indígenas. Eso está fuera de la realidad.
—Somos un poco híbridos culturalmente, lo que —y ésto sin querer hacer teoría del imperialismo— eso facilita la vigencia de las imposiciones exteriores.
—En todo lo que hace al capítulo de la penetración cultural, es muy triste comprobar que declinamos día a día en los valores que podrían provenir de nuestra propia raíz. Me da la impresión de que somos inseguros y no nos decidimos a continuar con algunas prácticas. No digo continuar con todo porque no se puede, pero al menos podríamos analizar y considerar críticamente nuestras pautas antes de abandonarlas. Pero ¡cuidado! no podemos esconder tras el folklore, los vicios de la sociedad. El lunes criollo, no es folklórico. Claro, el criollo aparecía recién a trabajar el martes, después de un fin de semana alcoholizado. A veces se cree erróneamente que los aspectos desordenados de la vida son folklóricos y se dice: “es típico del criollo".
—Y ese abandono nos lleva hacia la asimilación de una megacultura.
—Es verdad que no podemos andar como gauchos y a caballo por las calles, pero nuestra cultura carece de arraigo porque la familia ha perdido el rol de inculcar esos valores, y en muchos lugares sienten como hasta vergüenza. Es tan fuerte la presión de la cultura y la sociedad que les resulta bochornoso. Me hace recordar un canto, que decía "lo del pobre nunca vale y lo miran con desprecio, lo del rico tiene precio aunque sea mal habido, lo tengo por experiencia con los años que he vivido”. Es duro decirlo, pero es así.
—Y también es ciertos que estamos más al tanto de Phill Collins o Elton John que del dúo Mínguez Barboza...
—Sí, es totalmente cierto. Hay como una descoyuntura. Pero uno cruza la cordillera y no pasa eso. El chileno sabe cuáles son los valores y su cultura. Aquí ese disloque es debido a la creencia en que lo tradicional no siempre es lo mejor. Es necesario importarlo y cambiarlo. No hemos logrado un punto medio para incorporar elementos de afuera manteniendo los propios. Quizá sea un problema muy viejo en los argentinos. Es mucho más evidente la fuerza de tradición cultural que tienen otros países hispanoamericanos con respecto a los argentinos, los mexicanos, los peruanos.
—¿Por qué cuando nos hablan de folklore nos imaginamos al gaucho tocando la guitarra y a otro el bombo?
—Se ha impuesto una confusión entre lo que es nativismo, tradicionalismo y folklore.
—Pero el folklore, así como está planteado en programas de televisión y radio que no abundan y muchas veces aburren, es sólo expresión musical...
—Sí, es verdad, de hecho la universidad no prepara profesionales en estas disciplinas. En San Juan la única cátedra universitaria de folklore, es la de Folklore Musical Argentino, en la Escuela de Música. Nuestros profesores carecen de estos materiales. En filología y lingüística se estudian en forma colateral. Como no hay posibilidades de perfeccionarse a alto nivel, no hay cuerpo de docentes que vayan a las escuelas a enseñar lo que es folklore.
—En San Juan hay una brecha entre la educación de nuestros padres y la nueva generación se va alejando de lo folklórico.
—Sucede que nuestra cultura es generalmente absorbida desde Europa y ahora desde Estados Unidos y es devuelta ya procesada. Pero el producto resulta con muchos matices y muy raros. El otro día analizaba unas leyendas -a mi juicio verdaderas fabricaciones— en las que aparecen gigantes en el mundo huarpe. Estas son creaciones contemporáneas hechas incluso con la mente europea. Son gigantes que por más que se digan huarpes y bajen del Aconcagua, son gigantes europeos, desprovistos de autenticidad y que nadie garantiza que hayan sido leyendas. Y asistimos a estos espectáculos dolidos por haber olvidado un poco las tradiciones autóctonas, criollas.
—¿Y la herencia de los aborígenes? ¿Está enterrado todo eso?
—Hay elementos, desde la estructura física que heredamos de las culturas prehispánicas, hasta toda una manera de ver la vida, consideraciones respeto de la vida como puede ser el ahorro. Pero cuidado, no quiere decir que lo tengan solamente las personas con características genéticas aborígenes. Se puede presentar en cualquier miembro de la sociedad, con otros indicios, múltiples y difusos. No hay un santuario de esta herencia.
—Quizá en la escuela no nos enseñaron a buscar esos indicios. Sólo nos hablan de la chicha, el maiz y el patay. Palabras sueltas...
—En la cultura agraria se prestan ejemplos a la observación. Si bien poseemos prácticas hortelanas de origen español, por otro lado hay una serie de elementos que —como el manejo de los distintos niveles de la tierra— pertenecen a una tradición muy antigua. Un jachallero o un iglesiano, maneja con gran habilidad los niveles de las acequias. Eso en Valle Fértil no lo va a encontrar, porque las culturas aborígenes difícilmente necesitaban las acequias debido al sistema de mayores lluvias. No necesitaban construcciones de canales como en Iglesia y Jáchal. En el trato del animal y en el modo de domarlos podemos apreciar otros indicios. Es distinto como lo doman un criollo pampeano y un indio pampa. Los mapuches han tenido una manera muy dulce de comunicarse con los animales. Como puede ver, tenemos muestras que revelan que el espíritu indígena todavía cohabita con nosotros.