La siguiente nota escrita por Emilio Biltes fue publicada en El Nuevo Diario, en la edición 630 del 29 de octubre de 1993 en la sección La Nueva Revista
El 1 de diciembre cumplirá 96 años (1993). Ingresó a este siglo con tres años de edad, cuando aún no sospechaba que sería protagonista de una historia que hoy se ha quedado atrás, aunque dejó hondas huellas en el progreso jachallero.
Don Natalio Manrique suele contemplar su propia historia como quien contempla la radiografía de su organismo. Y se divierte recordando cosas... Muy jovencito anduvo por el sur argentino, y de allí vino a Jáchal, su tierra natal, con un proyecto increíble para esa época.
Corría el año 1926, según cree, cuando la gente jachallera no concebía los viajes sin caballos, mulas, burros, carros o carretas. Llegó a Jáchal con el primer ómnibus, provocando lógico revuelo. ¿Quién se animaría a subir en un armatoste tan peligroso? Sólo algunos "locos".
Don Natalio hacía viajes de Jáchal a Rodeo y viceversa, y llevaba cartas, encomiendas, dinero y mensajes, por lo que su servicio comenzó a ser llamado "mensajería".
Y así se llamaría en el futuro, aún cuando en tiempos más recientes prestaron iguales funciones los Moliní, los Catalá, Remberto Quiroga y, en los táxis, Ricardo Páez.
Como siempre ocurre, los vecinos terminaron por aceptar la novedad y descubrieron sus ventajas, por lo que Natalio Manrique intensificó sus viajes y los extendió a diversas localidades jachalleras, haciendo el mismo recorrido que actualmente hace la TAC con sus modernas unidades.
Manrique fue un pionero y un precursor. Le gustaba serlo. Un día vio en la agencia de Alberto Castilla, en San Juan, un flamante Ford T, el tercero que había llegado a nuestra provincia. Se propuso adquirirlo pese a la resistencia del dueño de la agencia, que ya había recibido varios requerimientos de otros tantos clientes, y no quería quedar mal con ellos.
A tozudo no iba a ganarle nadie al joven Manrique, y terminó por llevarse a Jáchal el automóvil, primero en la ciudad norteña. También lo usaría para llevar pasajeros. Mientras tanto, descubrió que el colectivo no era muy adecuado para atravesar cauces torrentosos. Se mojaba el motor y se detenía, lo que le ocasionaba más de un trastorno y —lo peor—se desacreditaba su negocio.
Se puso a meditar hasta que encontró la solución: agregó al motor un largo caño que iba hacia arriba, y con ese aditamento no muy elegante pero original y efectivo, superó sus inconvenientes. No era hombre de dejarse vencer por la adversidad. Y aún ahora, su palabra alienta a su numerosa descendencia a luchar hasta vencer. Es padre de ocho hijos y abuelo de 21 nietos y 24 bisnietos.
Toda una comunidad formada en el culto a Jáchal y sus tradiciones, aunque no todos han nacido ni viven en el terruño de sus padres y su abuelo. Una nieta suya vive en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se dedica a actividades profesionales vinculadas a la fotografía y las filmaciones artísticas.
En las principales ciudades norteamericanas ha presentado exposiciones con notas gráficas que ilustran vivencias jachalleras. La foto que encabeza esta nota mía, es el rostro del abuelo Natalio, que también se exhibió en las muestras aludidas. De tal palo, tal astilla.
Pero esto es sólo la confirmación de lo que ya he dicho del carácter jachallero, propenso a la nostalgia del terruño. Los hijos de esta tierra pueden estar triunfando en cualquier lugar del mundo y rodeados de comodidades, pero no por ello dejarán de recordar con emoción a su Jáchal.