Benjamín Rafael Kuchen y Amalfi Giomar Vaquero Peral. Rica historia de amor aquerenciada en San Juan

Este nota realizada por Carmen Vega Mateo, fue publicada en El Nuevo Diario en la edición 648 del 18 de marzo de 1994

 Él es un hombre que puede parecer muy serio, muy reservado, incluso circunspecto. Impresiones que brinda a primera vista hasta que se lo conoce y resulta un tipo simpático, algo parco y de reírse para adentro, sin estridencias. Ella es la otra cara de esta pareja estupenda: muy alegre, de permanente sonrisa y muy comunicativa, como para compensar la parquedad de su marido y el poder de síntesis que tiene aquél para contar cualquier cosa, incluso su propia vida. Viven en una calle muy tranquila, bien de barrio y con inmensos y hermosos árboles. La casa es muy acogedora y de diseño particularmente original. Los tres ambientes, sala, comedor y cocina, los divide una enorme chimenea colocada en el centro y para remarcar aún más una división que no existe, desniveles en los ambientes. Se asombran de nuestro arribo puntual —es increíble—, nos dicen. Charlamos con Benja en la sala y cuando aparece Amalfi nos trasladan al comedor y la cosa se vuelve más comunicativa, más entre amigos.
Benjamín Rafael Kuchen —Benja, para los amigos— nació en la provincia de Santa Fe, en pleno campo, el 1 de octubre de 1941.
—Mis antepasados son suizos, del cantón de Valais.


Los estudios primarios los hizo en San Gerónimo Norte y los secundarios parte en Rosario y parte en Santa Fe.
—Uno de mis compañeros en Santa Fe fue Carlos Reutemann, estábamos internos en un colegio de curas. Nos hicimos amigos. Mis padres eran amigos de los suyos porque mi padre era corredor automovilístico también y alguna vez el propio Reutemann comentó públicamente que el primer auto que corrió fue el de mi padre. Los padres de Kuchen fueron Ana María Albrech y Bernardo Kuchen, ambos de origen suizo pero con nacionalidad argentina y suiza al mismo tiempo. San Gerónimo Norte fue una de las primeras colonias suizas en la Argentina, formada allá por 1870. Benjamín sé llama así porque es el noveno de sus hermanos.


—La casa me encanta, tiene un estilo muy especial.
—Está basada en un diseño nuestro que nació de una conversación con la arquitecta Elena Taber con la que nos hicimos muy amigos. Es un solo ambiente pero integrado a través de la chimenea. Te cuento que tengo afición por la carpintería y todo lo manual que ves lo he hecho con mis manos. Tengo un pequeño tallercito para desarrollar estas cosas. Pero no es sólo armar una silla como la que nos muestra enseguida, sino darle también una impronta de diseño original.


Amalfi Giomar Vaquero Peral es bastante más baja que Benja, pero al igual que él muy delgada y menuda. Nos llama la atención su nombre de pila.
—Todos los nombres, el mío y el de mis hermanos —somos cuatro—, son un poco esotéricos. Yo soy la mayor y nací en San Basilio en el sur de la provincia de Córdoba, el 9 de junio de 1949. Mis estudios primarios los hice en mi pueblo y el secundario en un colegio de monjas en Río IV. De ahí pasé ya a la universidad donde tengo larga trayectoria (risas): agronomía en la Católica de Córdoba que interrumpí al casarnos e irnos a vivir a Alemania y al regresar me inscribí en Sociología en la Universidad de San Juan y la estudié con rucho gusto y decisión. Benja, a quien le impacientan las largas descripciones, acota decidido:
—En resumen, socióloga. Y cómo no, la salida nos hace reir a todos.

—¿Cuál es tu título Benja?
—Ingeniero electrónico, recibido en Córdoba.

—Bueno, ¿y cómo se conocieron?
Benja: en Córdoba. Ella vivía en el Colegio Mayor de Mujeres y yo al lado y así nos conocimos. La cuestión era ir a visitarla.
Amalfi: las monjas lo querían Cármen, porque les arreglaba las planchas, la luz...
Benja: era muy lindo todo. No había un acceso como hoy. Se hacían bailes pero no se bailaba, se guitarreaba.

—¿Qué fue lo que te gustó en ella?
—Qué se yo. Me gustó como era, su sensibilidad...

—¿Y a tí, Amalfi?
—Primero te entra por los ojos.

—¿Era buen mozo?
—Sí y es che! Pero al poco tiempo de recibirse él se fue a Holanda por catorce meses. Fueron eternos porque yo tenía 17 y él 25.

 —¿Cómo se dio lo de Holanda?
—Obtuve una beca de Philips Holanda y estuve un año en la central de esta firma estudiando. Eramos veinticinco alumnos de veinticinco países distintos. Cuando regresé me puse a trabajar en la Católica de Córdoba y estuve dos años. Yo le había seguido escribiendo a Amalfi y teníamos ya planes de casamos y nos casamos y nos fuimos a vivir a Alemania. Organizamos incluso el casamiento en función de la partida. Nos fuimos en barco, en el "Julio César".
Amalfi: iban tantos inmigrantes italianos en el barco, que de noche, con el acordeón, cantaban sus canciones. Regresaban o iban de visita a su patria de origen y fue un viaje realmente hermoso para nosotros. A la noche era precioso sentarse con ellos a cantar. Fue un grupo humano muy rico en esa dimensión acotada del barco donde todos nos relacionábamos con todos. Iban también muchos judíos chilenos, era la época de Allende y era gente que en cierta forma huía del socialismo chileno.

—¿Se fueron los dos becados a Alemania?
—No. Solamente yo. Ella de consorte. Obtuve una beca del D.A.A.D. (Servicio de Intercambio Académico Alemán), con el objetivo de hacer una formación de postgrado que acá no había. Fuimos primero cuatro meses a Schwábisch-Hall para aprender el idioma. Era un pueblo de la Edad Media que se dedicaba a la producción de sal desde entonces, considerado en su tiempo un bien precioso. La sacan del río Kocher, que en alemán significa "río hirviente" y en tiempos medievales era su moneda.
Amalfi: de aquí nos fuimos a Aquisgrán y Benja hizo el doctorado en el Instituto Regelungstechnik, doctorado en ingeniería. Estuvimos poco más de cuatro años en total.

—¿Por qué regresaron?
—Porque era el objetivo al irnos. Esta es nuestra gente, nuestra sociedad.

—Si comparan, ¿qué prefieren?
Amalfi: aquello tiene las posibilidades del primer mundo, pero tiene también los problemas del primer mundo. Lo nuestro, malo o no, es nuestro. Aquí hay algo para hacer. Además, sabés cómo hacerlo. Benja: yo creo que el hombre no es trasladable. El hombre está asociado a un entorno.

—¿Y tus abuelos?
—Bueno, fue una situación de extrema necesidad. Ellos padecían hambre y eso los obligó a emigrar. Nosotros en cambio, teníamos decidido volver.

—¿Y cómo se produce el regreso?
—Estuve trabajando un tiempo como investigador en Haachen pero empecé los contactos para trabajar acá. En Alemania existe una organización que se llama Comité internacional de Migraciones en la que participan muchos países. Yo fui y dije que quería regresar. Entonces ellos te buscan trabajo y te ayudan a regresar con pasajes para toda la familia. No sé si en todos los campos, pero sí en el mío. Uno puede decidir dónde quiere regresar y yo había manifestado que a América Latina pero con preferencia a la Argentina. La Universidad Nacional de San Juan tenía por ese entonces como decano en Ingeniería a Carlos Graffigna, a quien conozco de Córdoba, y cuando llegó el pedido inmediatamente me escribió. La universidad estaba en ese momento en plena expansión y me contrataron como profesor y nos vinimos. El Comité pagó los pasajes de mi esposa e hijo y el traslado de nuestras cosas. Yo al mío ya lo tenía, por la beca. Actualmente este organismo existe pero no es del mismo tipo de ayuda de entonces, aunque te aporta hoy el cincuenta por ciento de los gastos.
Amalfi: para vivir prefiero la Argentina. Sobre todo porque se establecen relaciones humanas más profundas, menos formales. A pesar de que hicimos muchas amistades y una actividad social muy intensa, pero en un planteo de vida en Alemania una sigue siendo extranjera. Es más lindo el planteo de vida que se puede hacer aquí, en la Argentina. Alemania me gustó por su calidad de vida, su aspecto, su orden, la forma de trabajar, la puntualidad...



—¿Cuántos hijos tienen?
—Tres varones. Ernesto, nació en Alemania; Guillermo y Benjamín, éstos dos sanjuaninos. Guillermo hizo un viaje en bicicleta a la precordillera hace poco.

—Benja, ¿estás conforme?
—Sí. Mucho. Actualmente dirijo el Instituto de Automática donde tengo un equipo humano maravilloso. Voy contento al trabajo, qué más puedo pedir? Estamos muy bien insertos a nivel nacional. Es uno de los pocos doctorados en la Argentina. Habla a las claras de esto el premio Balseiro que nos han dado como equipo de trabajo en su vinculación con las empresas y convenios con el medio y por los trabajos de investigación que se han hecho.

—¿Y tú, Amalfi?
—Quisiera estudiar más. Porque, qué se yo, simplemente por conocer más y tener los pies en la realidad.
Benja: yo, cuanto más tarde para jubilarme, mejor. Pero cuando sea, me iré al campo.
Amalfi: yo también, me gusta muchísimo. A nivel de sociología es el medio que más me gusta: el rural.

Faltan las fotos y mientras España los "flashes" por todos lados, Amalfi me cuenta que nació tres veces: una, cuando nació realmente. La segunda al sobrevivir a un gravísimo accidente de auto en el sur de Alemania donde se fracturó la cadera. De esto hacen ya doce años. Y la tercera: acá en la Argentina, también en auto y manejando Benja. Aquí sí que nació realmente de nuevo: veinte fracturas y conmoción cerebral. Y ahí está: plena, juvenil, movediza y risueña al lado de un marido que parece tranquilo pero que, en realidad, tiene cierto aire de despiste como cuadra a cualquier científico que se precie. Linda pareja.

GALERIA MULTIMEDIA
Por la formación de Benjamín Kuchen, su familia vivió en algunos períodos en el exterior. En esta foto está junto a su esposa Amalfi Vaquero en la Península Escandinava, en 1971.