El domingo 28 de agosto de 2022 el anfiteatro del Parque de Rivadavia adquirió el nombre de Rodolfo Páez Oro, un prócer de la cuyanía. El siguiente artículo de Jorge Balmaceda Bucci, que cuenta con la colaboración de Romina, hija de Páez Oro fue publicado por Tiempo de San Juan el 28 de agosto de 2022, es un repaso por la vida de este guitarrero cantor que se fue en noviembre de 1999. Un joyero que a lo largo de 50 años y monedas acumuló música, familia, farras, ídolos y mucha, pero mucha amistad.
Rodolfo Páez Sánchez era su verdadero nombre. Nació en un barrio de Capital y gran parte de su infancia la pasó en inmediaciones de la plaza Hipólito Yrigoyen (‘La Jorobita’), donde precisamente siendo muy pequeño comenzó su romance con la guitarra. Desde entonces nunca más se separaron y con el corren de los años fueron provocando aplausos y gritos bien regados de ‘viva Cuyo’.
Sin aún alcanzar la mayor popularidad que lo convirtió sin duda alguna en uno de los cantores más queridos de San Juan y sus alrededores, el ‘Gordo’ tomó la decisión de aprovechar el ‘changüí’ que tienen los artistas para cambiarse el segundo apellido. Con pedido solemne mediante, adoptó Oro en homenaje a su querido y admirado Raúl Oro –pariente de su madre y otro eterno cuyano-.
“Amaba la gente, amaba a su familia, a sus amigos, a sus artistas. Era muy popular y por sobre todas las cosas amaba la música. En mi casa siempre había músicas y muchos amigos. Me levantaba para ir a la escuela y estaban los amigos, volvía de la escuela y estaban los amigos”, estas fueron las palabras primeras que entre sonrisas eligió Romina Páez Mendoza, su hija menor, para recordar a su padre.
Ya ubicado con su esposa Ilsa Mendoza en el Barrio Aramburu, con quién también compartieron el cariño de su hija Natalia, el ‘Gordo’ hizo de la música y la amistad sus pilares en la vida. Y qué mejor que una anécdota para explicar el don de gente que repartía este cantor de ojos claros y carismática sonrisa: “Los domingos se iba a cantarle a los chicos del penal. Esa gente había cometido errores, pero a él no le importaba. Era muy humano. Él podía cantarle en un momento al presidente y después se iba a la gomería del papá de Los Hermanos Videla y seguía la guitarreada”.
“Fue un padre muy cariñoso. Nos mañoseaba mucho. Yo era su ‘pollito’. Cada vez que la gente habla de mi padre lo hace con mucho amor. Recibimos mucho cariño de todos y principalmente de los jóvenes de aquel entonces a los que mi papá les inculcaba tanto el folklore”, sumó Romina, quien también heredó su amor por las peñas y las guitarreadas.
Diego Armando Maradona -en la visita que hizo con la Selección en abril de 1982-, el Puma Rodríguez, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saa y una larga lista de personalidades llenaron en alguna oportunidad sus oídos con la voz del también proclamado por voto popular ‘Tonadero mayor de Cuyo’.
Y un capítulo aparte merece su amistad con el ‘Negro’ Ernesto Villavicencio, con quien se permitió hasta aventurarse artísticamente en Buenos Aires: “El Negro convenció a mi papá a irse y allá estuvo un tiempo, pero al final terminó volviendo porque extrañaba mucho sus montañas. Era muy sanjuanino para vivir lejos de su tierra, su familia y sus amigos”.
Como bien cuyano, Páez Oro sabía cuándo empezaba su show, pero no qué tramaba el duende de la farra para el resto de la noche: “Mi mamá se iba a trabajar temprano y siempre le decía: ‘Gordo llegá antes de las 7.00 de la mañana que tengo que irme al trabajo. Era todo lo que le pedía”.
Y la menor de la familia Páez Mendoza, mamá de Santi y Guillermina y tía de Micaela, también se animó a revelar cómo nació el amor entre sus padres: “A mis viejos los presentó la hermana de mi abuela en una peña. Hugo Gallardo y mi tía Negrita los presentaron y todo el mundo dijo: ‘Noooo, guitarrero y cantor, noooo’. Pero se enamoraron y mi madre lo aceptó como era. Hasta el último día estuvo a su lado”.
“Antes de morir mi vieja le preguntó si había otro hijo por ahí, después de tantas farras, que ella quería saberlo. Y mi viejo le contestó que su única amante siempre fue la guitarra”, añadió Romina.
Una irreversible enfermedad tardó seis meses en apagarle la vida desde que se la diagnosticaron y hasta el final la estuvo guitarreando. Sabiendo que se acercaba el último acorde, dijo que sí a una despedida en el Teatro Sarmiento. Dejó tras el telón la silla de rueda que alivianaba un poco su deterioro, tomó aire y salió a regalar su repertorio a sus amigos, a su siempre querido público.
“Dentro de la tristeza, yo recuerdo que su funeral fue hermoso. Él vivió como quiso y por eso no hay nada que reclamar. Él fue feliz con su vida y mi mamá siempre lo aceptó así. Sus amigos también eran su familia. Fue Muy buena persona. Eso fue el gran ejemplo que nos dejó: ser la misma persona cuando estás allá arriba, como cuando estás abajo. Siempre se manejó bien en la vida”, cerró Romina, la ‘pollito’ del ‘Gordo’ Páez Oro, quien, como la tonada, jamás morirá.
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