Todo
comenzó en los días posteriores al terremoto. Un inmigrante italiano, Cayetano Bonanno advierte que era
posible ganarse la vida vendiendo jugos de naranja a transeúntes agobiados por
el calor sanjuanino. Lejos estaba de pensar que había sentado las bases de uno
de los emblemas de la ciudad que resurgía de sus escombros.
Desde
entonces los Jugos Bonanno se transformaron en parte indisoluble del paisaje
citadino.
No
se trataba sólo de un jugo sino de todo lo que lo hacía único: desde el carrito
hasta el recipiente pasando por la temperatura del producto y el misterio de su
fórmula que luego sería imitada hasta en las casas particulares.
Jugos
o gaseosas hay muchos, pero uno no imagina otro envase que no sean los vasitos
de papel sobre portavaso de madera. Y tampoco otro lugar de expendio distinto a
los tradicionales “carritos”. Pero
con los años muchas cosas cambiaron. Al “Nono siguieron nuevas generaciones y
hoy hay dos empresas que expenden el jugo por separado.
Una, cuyo titular es Cayetano Bonanno nieto, hijo de Chicho Bonanno que conserva puestos
importantes como el de la peatonal y General Acha, Rivadavia y Rioja y
Tucumán e Ignacio de la Roza.
La otra empresa
pertenece a otro nieto, Gastón Bonanno
que tiene un carrito en Laprida y Tucumán y otro en Laprida y General Acha.
Hoy los jugos Bonanno
no sólo son una tradición callejera, sino que se amplió el negocio y se venden
en jugueras para distintos tipos de eventos y en bidones para consumo familiar.
Los jugos Bonanno
fueron declarados de interés provincial, municipal y cultural en el año 2003.
Fuente: Publicado en Nuevo Mundo, edición
1089 del 10 de febrero de 2025
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