De palabras en nuestros juegos populares (Segunda parte)
No puede sostenerse que todas estas expresiones sean juegos infantiles porque se comiencen a practicar en la infancia, pues en muchos casos el pasatiempo cubre gran parte de la existencia e incluso de la vejez. Un ejemplo maravilloso del valor pedagógico de estos juegos está dado por el volantín, que representaba en nuestra niñez la manera de volar con nuestras ilusiones, de espiar el cielo o el más allá y enviar cartas secretas por un hilo, sin una sola letra escrita, que se iba con el viento detrás de los sueños. El volantín, nombre que nos viene en Cuyo desde Chile, es el mismo barrilete rioplatense, con que se practicaban guerras (al grito de ¡lucha! ¡lucha!). Ingresó en Hispanoamérica desde España y se halla documentado desde el siglo XVIII, aunque sostienen los estudiosos que su origen es China, dos cientos años antes de Cristo.
Volantín
continúa nuestra voz para encerar las variedades del cometa (aquí en
masculino), los chupinos (o sin cola) y la notable gama de colores y formas,
aunque en ninguno faltaba el engrudo de harina, la caña común (rebanada
prolijamente y el papel, aún de diario ai se era pobre. Las técnicas eran
sencillas, la época cualquiera, siempre que hubiera viento pero no ventarrón.
En el pasado el volantín inspiró la paleta del sanjuanino Franklin Rawson,
dentro de una escena urbana llena de ingenuidad muy particular que no es ni
hispana ni sajona.
(*) Ex directora del Instituto de
Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar (INILFI) de la FFHA de
la UNSJ. Miembro de la Academia Argentina de Letras
Fuente: Publicado en La Pericana,
edición 428 del 2 de marzo de 2025