Pedro Chirino... la mitad de un Ford

El poeta sanjuanino Rufino Martínez escribió para el semanario El Nuevo Diario una serie de textos que integraron la sección "La Gran Aldea". El texto que aquí se reproduce está dedicado a Don Pedro Chirino Sombra, quien en su Ford T cumplía servicios de coche de alquiler en las primeras décadas el siglo XX en San Juan. La nota fue publicada el 5 de diciembre de 1986.

Pedro Chirino... la mitad de un Ford Los plátanos que circundan la Plaza 25 de Mayo eran jóvenes; aún no acusaban las profundas heridas y los contundentes callos que el tiempo y los autos de alquiler en su obligado estacionar marcha atrás le habrían de inferir.
La vieja catedral desde donde el obispo Zapata y luego Orzali pastoreaban su creyente rebaño, lucía en toda su humilde pureza y robusto estilo. Era el centro de la comunidad y las dos agujas de los campaniles, congregaban, a puro badajo y repique al vecindario que, todos los días y en especial los de guardar acudían a los oficios, unos para aliviar sus mentes, otros para henchir sus corazones. ¡Sí, eran tiempos pacíficos, aunque de vez en cuando se degollara un gobernador o se estaquiara un rival político! ¡Caramba... en algo había que divertirse!.
 Por aquellos tiempos, un día de julio de 1923, un joven de Albardón, de escasos 20 años, llegó hasta la plaza 25; estrenaba un flamante Ford T y con la licencia N° 024 que lo autorizaba como conductor de autos de alquiler, se presentaba a ocupar su puesto en la parada de Rivadavia y Mendoza, justo frente a la catedral, ese joven se llamaba (se llama) Pedro Chirino Sombra. En esa parada, año tras año y Ford tras Ford durante 58 años, Pedro Chirino sería testigo de todos los acontecimientos que en San Juan conformaron la pequeña y gran historia de un pueblo. ¡Vería morir a los que fueron y crecer a los que luego serían!.
Ahora don Pedro Chirino tiene 83 años, nos encontramos en “Serafín”, tomamos café y me contó cosas. Según él, ha tenido en su vida dos privilegios: tener siempre un Ford y una fiel memoria. A la segunda recurrí para indagar cosas.
Supe, por ejemplo, que conoció y llevó en su Ford a María Guerrero que actuó en el teatro Estornell de Rivadavia y Sarmiento. Que conoció a Don Torcuato de Alvear ¿y qué? y al general Agustín P. Justo, otro ¿y qué?. En el año 34, en un Ford comprado en lo de Alberto J. Castilla, él y otro compañero de parada, llevaron a la Cervecería San Juan, de los Márquez, a Carlos Gardel (por fin uno que no es ¿y qué?) donde agasajaban al cantor y sus guitarristas: Aguilar, Riverol, Barbieri y al poeta Le Pera.
La noche anterior Gardel había actuado en el cine Cervantes y luego tuvo un entrevero de whisky, guitarra y canto en La Morisca, la casa de juego de Don Joaquín Escudero que estaba en la calle Mendoza entre Mitre y Santa Fe, frente al diario Tribuna. Chirino los llevaba y participaba de los ágapes. El canto y la risa del “Morocho’’ y morfi gratis! ¿Qué mas querés, Chirino?.

¡Cuarteadores y pozeros!
En los años 20 no había puente que uniera San Juan con Albardón (la dicha es muy pasajera) entonces el río se vadeaba y si la correntada era fuerte, con frecuencia los vehículos se empantanaban y había que recurrir a los servicios de los baqueanos que cuarteaban al ernpantanado hasta la orilla.
A las dos márgenes del río, y cuando la correntada “se venía con todo’’ se podían ver a los cuarteadores que, con un par de mulas o yeguas, churrasqueaban y mateaban bajo un algarrobo observando el paso de los vehículos. Cuando uno caía en un pozo y no podía salir por sí, recurría a esos baqueanos que, yunta enjaezada y unas cuartas le ‘‘hacían la gauchada”, por unos pesos, se entiende.
Dice Chirino que un hermano de él trabajaba de baqueano y cuarteador y que cuando había crecida el año solía ser bastante bueno. ¡Yo le pregunté que si era bueno para los cuarteadores, cómo sería para los que hacían los pozos!. Parece ser queesta última pregunta, Chirino no la entendió muy bien, claro, los años ¿ve?... y como no hay mejor sordo…
Cuenta don Pedro que él, con el Ford, nunca quedó empantanado, yo le dije: ¡Claro, que vivo, usted sabía donde estaban los pozos! Otro ataque de sordera y dijo:
Yo le sacaba la correa al ventilador, tapaba las bujías con grasa y encaraba nomás, medio segadito y enfrentando la correntada. ¡Felices años en que no había puentes, la gente trabajaba más, el río tenía el cauce libre y no tenía que dedicarse a romper puentes y engordar licitaciones!.

La víbora y el mosquito
Otra vez, por el año 30, volvía Chirino de llevar un pasajero a la estación; al pasar por la calle Mitre y Santiago del Estero vio un gentío frente a un garito que funcionaba en esa esquina. Detuvo el Ford, se bajó y entró a indagar. ¡Habían matado a un hombre! Luego nomás era dueño del acontecido.
Parece ser que había una partida de monte y cacho y que la cosa estaba que ardía. En una de esas, cuatro fuertes golpes trepidaron la puerta y dos patadones la abrían, luego una orden, temida y frecuente: ¡La policía, no se mueva nadie!.
Y entró la que te dije a recoger naipes, dados y plata, y a cachetear bultos en busca de armas ¡El pelotón estaba a cargo del comisario Andino, apodado El Mosquito y debía parecerse más a Martillo Roldán que a Falucho Laciar, por lo pesado! Luego de requisar a los parroquianos, el mosquito divisó, en un rincón a un mozo sentado en una silla y con una guitarra en las manos, ¿y vos… qué hacés acá? Zumbó el mosquito. Y el otro, humildemente: ¡Ya ve comisario, cantaba... para entretener a la gente, sabe? ¿Cantar? dijo el comisario y le sacudió un sopapo. El cantor dejó la guitarra en la silla y le devolvió el sopapo. El comisario, enfurecido, sacó el revólver y le voló los sesos. El hombre cayó muerto. Era más bien alto, vestía ambo, sombrero y zapatos negros, camisa de seda cruda y pañuelo blanco.
Al verlo así, tirado y desangrándose al lado de la guitarra, parecía una alegoría al absurdo. El muerto se llamaba Saúl Salinas, le decían El Víbora, era cantor y letrista de tonadas y canciones y, según un tal Carlos Gardel (que algo debía saber de esos menesteres) era de lo mejorcito que él (Gardel) había escuchado.
Entre otras muchas tonadas y canciones, Salinas era autor de la famosa “La Pastora’’

Apenas nace la aurora
y viene el alba y el día,
va bajando una pastora
allá por la serranía….
………………………..

Al otro día los diarios, daban la noticia en policiales diciendo que ¡El mosquito mató a la víbora! Del cantor, del hombre que escribió las más hermosas páginas del folklore sanjuanino, nada.
¡Hermoso pueblo éste, le matan a su cantor y esa tragedia solo sirve para escribir una estúpida humorada! ¡El busto de Saúl Salinas falta en el Jardín de los Poetas, o más bien el busto de una víbora... total, lo mismo da!. Por ahí en una vieja farmacia, debe estar, olvidado, algún viejo caduceo (símbolo con la víbora que representaba a las farmacias) lo traen, lo ponen en un pedestal y ¡Chau, macho! A seguir la joda que el año que viene hay elecciones.

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