El siguiente texto fue extraído del libro “Historia de San Juan”, de Horacio Videla, del Tomo III (Época patria) 1810 - 1836
Aporte militar olvidado
El capítulo escrito por Cuyo en la emancipación de Chile, conduce fácilmente a una simplificación panorámica, con alguna deformación en la captación de los hechos en detalle. Y si en el monumento al ejército libertador de los Andes que corona en Mendoza el Cerro de la Gloria, con la figura ecuestre del gran capitán en primer plano, sus bajorrelieves reproducen a fray Luis Beltrán y su fragua, a las damas mendocinas donando sus joyas y a las tratativas con los indios del sur para hacer la guerra de zapa, ningún bronce recuerda en ese altar de la patria, en cambio, a San Juan y a San Luis completamente olvidadas.
Es un volumen completo de la historiografía nacional que merece una rectificación. Paradójicamente, corresponde a la literatura histórica trasandina un cuadro de certeros trazos con la imagen más exacta de aquella gesta de Chile. “La expedición de los Andes —afirma Encina— fue una aventura impuesta al pueblo argentino por el genio de San Martín, el admirable espíritu de sacrificio de los cuyanos y el concurso de Guido, Balcarce y Pueyrredón, moralmente reforzado por Alvarez Thomas y Rodríguez Peña”.
San Juan y sus recursos humanos y materiales, contaron en primer plano en la estrategia de San Martín. Mitre refiere que “las poblaciones de San Juan y Mendoza eran entonces los dos únicos centros agrícolas del territorio, y a esto debían ser relativamente más civilizadas que el resto del país”; tenían “operarios hábiles en todas las artes mecánicas, desde el herrero que forjaba sus arados y herraba sus mulas y caballos, y el talabartero que preparaba los aparejos de sus arreos o las petacas en que envasaban sus mercancía, hasta el mecánico que montaba las ruedas de los molinos de agua y el ingeniero práctico que nivelaba las aguas de regadío”; sus mujeres “eran industriosas y económicas, hilaban tejidos de lana y algodón, preparaban pastas y dulces, concurrían a la labor común de aquella colmena sanjuanino-mendocina”. Su plan fue pasar a Chile por dos caminos: “el de Uspallata, frente a Mendoza, que es el más corto, y el de los Patos, frente a San Juan, que es el más largo”.
San Luis —prosigue Mitre— “aun cuando no participaba del mismo carácter agrícola, tenía también sus industrias... y los jinetes vigorosos de hermosa raza, diestros en el manejo de las armas blancas por sus frecuentes guerras con los indios de la frontera”.
San Juan y San Luis con Mendoza en los esfuerzos
El historiador López a su turno, admite paladinamente nuestra tesis: “Mendoza, San Juan y San Luis... eran su cuartel general, la base de sus recursos; sus provincias, el vivero de sus reclutas y de todo lo demás con que contaba para robustecer su expedición al Perú... No tenemos datos oficiales sobre el número de hombres con que Mendoza y San Juan contribuyeron a la remonta del ejército de los Andes en 1819, que de la noche a la mañana apareció como ejército chileno, pero los tenemos perfectos con respecto a San Luis... En cuanto a San Juan y Mendoza, dice el general (San Martín) en cartas al señor Guido del 21 y 27 de julio de 1819: “Esta división aumenta rápidamente, todo se saca de la provincia (Cuyo), pues Buenos Aires nada remite”.
En ningún sentido Cuyo es solamente una provincia, y destacar el aporte de las restantes es labor no sólo de justicia sino de exactitud. San Juan y San Luis, sin la presencia estimulante de San Martín y el magnetismo de su persona que irradiaba confianza y seguridad; sin contar en la sociedad lugareña con la relación de su familia, ni con una hija suya nacida en sus suelos, como Merceditas, la infanta mendocina, rindieron también hasta la última gota de sangre de su pueblo y el último aliento de su espíritu y su esfuerzo material.
Los monumentos recordatorios y sin exceptuar al de Mendoza, a semejanza de las viejas catedrales de Europa, cuyos vitrales cuajados de figurillas refieren mil historias de reyes, guerreros y santos, han de ser fundamentalmente una cátedra docente. Como resulta, al caso, el bello grupo de los españoles erigido en Palermo en homenaje a la independencia argentina, con la figura de la República rodeada por las cuatro esculturas figurativas de sus grandes regiones: la Pampa, los Andes, el Chaco, la Patagonia.
Éxodo calingastino y cuerpo de gauchos de la invención
De la Roza en San Juan obtuvo la colaboración espontánea de la población, y lo que voluntariamente no logró, con puño duro y sin miramientos lo arrancó. Las resistencias al esfuerzo emancipador, alguna vez lo fueron en razón de la política personal de teniente gobernador, nunca por la empresa misma o sus sacrificios.
La primera atención del teniente gobernador en el orden militar, apenas asumió su cargo, fue conjurar la amenaza de una invasión realista. Doble era el peligro; por el norte el ejército de Pezuela ponía en jaque a Tucumán, alertado por el director Álvarez Thomas a San Martín el 1 de septiembre de 1815, en cuanto a San Juan se refería; y por el oeste, ocupadas después de Rancagua las provincias trasandinas de Coquimbo y Copiapó por el general Elorriaga, los pasos frente a San Juan y Jáchal podían "tentar al enemigo ocupador de Chile”. Pero San Martín en persona había practicado ya reconocimientos en suelo sanjuanino entre el 5 y 13 de julio de ese año, “para tomar un conocimiento exacto de los lugares por donde puede ser invadida esta provincia, y la indefensión del pueblo de San Juan”.
Si San Juan era invadida peligraba hasta el campamento general del ejército en Plumerillo, y todo el plan se desmoronaría.
Habiéndose generalizado ese temor, hubo un éxodo de población en los valles calingastinos. A iniciativa de los particulares, con José Antonio y José Domingo de Oro y José María Echegaray en primer término, y la aprobación del director supremo, De la Roza organizó una compañía llamada de gauchos de la invención, en sus comienzos una simple policía de frontera. En octubre de 1815 se había recolectado contribuciones al vecindario, incluso un cáliz de oro donado por fray Justo, tasado en ciento cincuenta pesos, alcanzando para proveer de gorras a todo el cuerpo; contribuciones espontáneas todas para la causa de la patria, de un sector que comenzaba a no llevarse bien con el teniente gobernador. La compañía de gauchos de la invención, uniformada y superior en número de cien soldados, antes del término de un año, según cuentas de su administrador don Valentín Ruiz, concluyó prestando servicios de guerra.
Bando de alistamiento de 1815 y contingente armado de San Juan
Con no contar San Juan según el censo de 1812 con una población superior a 13 mil almas, estimada en la época de De la Roza con bastante optimismo en 20 a 21 mil (con miras a la elección del segundo diputado al Congreso de Tucumán), el aporte militar en elemento humano fue considerable. Ninguna clase social quedó rezagada: criollos, mestizos, gente de color; ninguna condición personal se salvó: jefes de familias, hijos, propietarios, comerciantes, clérigos.
Sobre arrastrar la provincia una cadena de levas y reclutamientos desde 1810 para los ejércitos del Altoperú, bajo las administraciones de los comandantes de armas Jofré y Grimau, las dos Juntas Subalternas de Gobierno y los teniente gobernadores Sarassa y Corvalán, un bando expedido por De la Roza el 12 de julio de 1815, ordenó en seis artículos alistar a todo ciudadano desde la edad de quince a cuarenta y cinco años. Los habitantes de la ciudad debían forma un batallón de infantería cívica y una compañía de artillería, y los de la campaña una compañía de caballería.
En cumplimiento del bando, en pocos meses el contingente armado de San Juan ascendió a 3.522 hombres, distribuidos con arreglo al cuadro siguiente: Estado mayor: comandante de armas, teniente coronel Juan Manuel Cabot; instructores, mayor Juan Bermúdez, capitán José Montes de Oca, teniente 1º Lucio Salvadores; comisionado en Jáchal, capitán Lucio Mansilla. Infantería: batallón 1º de Cazadores de los Andes al mando del teniente coronel Rudecindo Alvarado, con 252 hombres; batallón 11º de los Andes al mando del teniente coronel Juan Gregorio de Las Heras, con 234 hombres; milicias cívicas de la ciudad movilizadas, 81 hombres; piquete del regimiento 8º de línea, 103 hombres; compañía de infantería de Jáchal, 130 hombres. Artillería: compañía de artillería cívica al mando del capitán Francisco Díaz, con 80 hombres. Caballería: regimiento de caballería miliciana al mando del coronel Mateo Cano y Ramírez, 226 hombres; escuadrón de caballería patriótica de San Juan, al mando del comandante Buenaventura Quiroga Carril, 428 hombres; escuadrón, idem anterior, al mando del comandante Antonio Blanco, 239 hombres; tres compañías de Jáchal y Rodeo a cargo de los comandantes Luis Laciar, José A. Quiroga y Juan B. Caballero, 200 hombres; partidas volantes de caminos, 57 hombres; nueve destacamentos cordilleranos apostados en Pismanta, Las Leñas, Agua Negra, Agua Blanca, Mondaca, Concota, Colangüil, los Puentes y San Guillermo (excluidos los puestos avanzados de Leoncito y Calingasta), 270 hombres.
Referencias escuetas, cifras frías al parecer inexpresivas que reconstruyen, no obstante, con exactitud el cuadro.
Reclutamiento de la gente de color, apoyo del clero y otros aportes
A la llegada desde Mendoza del batallón 8º se cumplió en San Juan una orden de San Martín del 15 de julio de 1815, disponiendo el reclutamiento del veinticinco por ciento de los negros y mulatos libres para su incorporación a esa fuerza. Otro tanto sucedió con los pardos y morenos en condición de esclavitud. Un bando del 12 de enero de 1816, mandó formar dos compañías de infantería con las dos terceras partes de los esclavos de catorce a cuarenta y cinco años, bajo pena de confiscación en favor del Estado contra sus dueños remisos.
A excepción del presbítero Castro Hurtado y del doctor Astorga, realistas que no ocultaron su credo, el clero secular y regular prestó incondicional apoyo a la campaña militar. Los presbítero José Manuel Eufrasio de Quiroga Sarmiento, desde la vicaría foránea de San Juan de Cuyo y de las parroquias Matriz y de Concepción; fray Clemente Ortega, a partir de 1814, desde el hospital de San Juan de Dios; fray Bonifacio Vera en el convento de San Agustín, cedido en julio de 1815 para cuartel, y fray Justo de Santa María de Oro y la comunidad dominicana, haciendo entrega de su convento de la ciudad de San Juan al año siguiente; el presbítero José Gregorio Garfias desde su parroquia en Jáchal, los presbíteros Manuel José Videla Lima y José de Oro solicitando el 23 de diciembre de 1816 engancharse como capellanes al regimiento de Granaderos, y el último, el inquieto tío de Sarmiento, siguiendo al ejército auxiliar en la expedición a Coquimbo.
San Martín en persona recabó y obtuvo del gobierno nacional para el teniente gobernador, doctor José Ignacio de la Roza, mando en el ejército en grado de capitán, en reconocimiento a sus servicios.
Cuando desapareció el peligro de la invasión por Coquimbo y Copiapó y ya formados los cuerpos sanjuaninos de refuerzo al ejército de los Andes, la casi totalidad de esas fuerzas, por orden de San Martín se concentraron en Mendoza. En octubre de 1816 no quedaban en San Juan más que los efectivos a emplearse en el operativo inmediato contra Coquimbo.
“Todo lo aporta Cuyo; Cuyo, vivero de reclutas”, conceptos de San Martín.
Contribuciones del erario y gravámenes de guerra
Con ser el aporte de sangre el más valioso, ningún otro esfuerzo fue omitido. Las contribuciones del erario, los gravámenes especiales, los donativos patrióticos, las suscripciones extraordinarias y las simples requisas, fueron como en todas la ley de esa guerra.
No obstante haberse gravado a la administración pública sanjuanina con un empréstito forzoso de 30 mil pesos decretado por la Soberana Asamblea de 1813, integrado en febrero del año siguiente, y pesar a partir de 1814 una contribución extraordinaria de 18 mil pesos anuales “hasta el día sin interrupción satisfechos”, otras cargas esperaban al contribuyente. Desde Mendoza San Martín dirigió el 20 de marzo de 1815 al gobierno de San Juan —días antes de asumir el mando De la Roza— un pedido por “todos los fondos que hubieran en las cajas de los pueblos subalternos (San Juan y San Luis), sin excepción de los que estuvieran en clase de depósitos, bien sean emanados de multas u otros motivos”.
Un gravamen de cuatro pesos por carga de aguardiente y de dos pesos por la de vino, decretada el 12 de julio de 1815, había rendido hasta el 15 de junio del año siguiente 21 mil veintiocho pesos, aplicados íntegramente a los aprestos bélicos.
San Martín reclama nuevos sacrificios
Nuevo reclamo de San Martín a De la Roza, el 17 de agosto, casi un ultimátum: “Para el 1º del mes próximo es de necesidad se hallen en las cajas de esta capital fondos suficientes para ocurrir a las gravísimas atenciones que demanda la guarnición de ella y los trabajos emprendidos en defensa de la provincia (intendencia de Cuyo)”. “Bajo este principio —continua instruyéndole— dé usted órdenes más estrechas para que inmediatamente se remitan todos los que se adeudan de la contribución extraordinaria hasta últimos de julio pasado, dejando los muy precisos para la buena cuenta de la campaña del (regimiento) Nº 8, depósito de reclutas y demás pagos que hubieren de hacerse con arreglo a lo que se le tiene usted prevenido”.
De conformidad a los deseos del gobernador intendente, De la Roza envió todos los fondos del erario de San Juan hasta quedar exhausto. Para la fecha indicada, 5 mil pesos con el teniente Luis Toribio Reyes; en octubre siguiente, otros 5 mil pesos en plata corriente con Manuel Guerrero. Y a fines de 1815 De la Roza debió remesar al Cabildo de Mendoza mil pesos pertenecientes al Cabildo de San Juan, “para ponerlos en Tucumán a disposición de los señores diputados (de Mendoza) doctor Juan Agustín Maza y don Tomás Godoy Cruz”, suma hecha efectiva a los nombrados por una letra girada en diciembre por don Cayetano Zapata, vecino de esa capital.
Ya próxima a partir la expedición a Chile, San Martín solicitó el 11 de noviembre de 1816 al gobierno de San Juan, “en el más breve término, todo el dinero que tuviere en caja y el que en adelante se recaudare”. De la Roza remitió en el acto 12 mil pesos en plata corriente con el capitán Pedro Quiroga Carril, y días después 11 mil pesos y siete reales con el capitán José Manuel Laprida.
En momentos en que la vanguardia del ejército libertador emprendía su marcha, el Cabildo de San Juan recibió un nuevo y angustioso llamado de San Martín, el 17 de enero de 1817. “Son absolutamente inadmisibles los medios que propone V.S. —le dice al Cabildo— en favor de la moratoria de la cantidad que resta al entero de los 18 mil pesos. La cuestión está reducida a este punto de vista: ¿No se presta este auxilio? Pues, la expedición se paraliza. No hay un (término) medio. Hágase el último esfuerzo, ya que tocamos a fin de nuestra empresa. De otro modo se harán infructuosos los indecibles sacrificios de dos años contiguos”.
Ante un dilema que no fue tal dilema, San Juan hizo el último esfuerzo. Cuatro días después, De la Roza despachó a Mendoza con el oficial José Santiago Garramuño el importe de 18 mil trescientos siete pesos, exactamente la suma comprometida.
Nueva exhortación del Cabildo de San Juan al vecindario, al conocerse el desastre de Cancha Rayada el 28 de marzo de 1818, “a donar sin límite a vuestra generosidad”, mueve el último esfuerzo: “Ciudadanos: a un pueblo virtuoso no se obliga ni pone tasa. El concepto que merecéis es muy fundado. No lo desmintáis”.
Donativos, suscripciones y requisas
Los donativos patrióticos comenzaron con una colecta comisionada por el Cabildo el 8 de junio de 1815 al alcalde de segundo voto don Clemente Videla y a los ciudadanos Francisco Borja de la Roza y Javier Godoy, encabezados por el propio teniente gobernador De la Roza, “por sí y toda su casa”, con una donación de su sueldo anual de ochocientos pesos, más setecientos setenta pesos que le adeudaba el Estado, y de su hermana doña Félix, con un aporte en dinero, joyas de oro y chafalonía de plata por valor de ciento un pesos.
Otro donativo considerable promovió la familia Oro, en emulación con el teniente gobernador y los suyos. Don José Antonio de Oro hizo donación por sí y a nombre de su hijo Francisco Domingo, con destino al equipamiento de la compañía de los gauchos de la invención, 680 pesos, suma llevada en octubre entre varias personas, hasta 2 mil ciento cuarenta y cinco pesos.
Un préstamo patriótico derramado sobre varios vecinos, arrojó 5 mil novecientos ochenta pesos, parte aplicada a gastos de las tropas acuarteladas en la ciudad y el resto ingresado en las arcas del gobierno; y una suscripción voluntaria en dinero, alhajas y efectos para vestir la tropa levantada ese año 1815, arrojó un valor de tasación de 14 mil doscientos cuarenta y dos pesos y seis reales.
Pero el año 1816 sería el de los mayores sacrificios. El vecindario fue conminado a atender un préstamo de 20 mil pesos a reunirse entre los comerciantes locales, decretado el 2 de enero a nombre de San Martín, debiendo entregarse en virtud de otra requisitoria del 14 de febrero, “todo el dinero o efectos del reino de Chile que posee”. Las contribuciones de ese año de los particulares, a pedido de San Martín, fueron 233 esclavos, 3 mil trescientas treinta mulas de silla y carga, 800 caballares, incontables barriles de vino y aguardientes, monturas, ponchos, cueros de vacuno y guanacos y toda la existencia de azufre y estaño.
En 1815 había sido la desocupación del convento agustino para destinarlo a cuartel de la tropa y el servicio personal del vecindario para abrir fosas en las calles de la ciudad de San Juan, en la defensa contra la probable invasión realista por el lado de Chile. En 1816 fue la cesión del convento de Santo Domingo con igual destino, y la carga a los moradores de la ciudad de albergar las familias de los emigrados del ejército del Norte, llegados después del contraste de Sipe-Sipe.
Las minas de Pismanta, Jáchal, Guachi, Guacamayo, Guayaguás y Zonda comenzaron a proveer de plomo al ejército. En sólo el año 1815, proveyeron 27 quintales de plomo y gran cantidad de azufre.
Aporte de la mujer
La contribución de la mujer al esfuerzo común no se retaceó en ninguna clase social. Si las patricias sanjuaninas donaban joyas y plata labrada, ellas mismas y la mujer del pueblo de toda edad, fortuna y condición, dieron sus hijos para el campamento del Plumerillo, bordaban banderas, tejían paños, cosían uniformes y guerreras para la tropa. Ni lágrimas ni suspiros acentuaron angustias; sólo se advirtió la solidaridad que acrecentaba el valor de los hombres.
“Las hermanas del doctor De la Roza, doña Félix, doña Juana, doña Regis y doña Manuela fueron las primeras en desprenderse de sus alhajas y dinero para engrosar el caudal destinado al fin propuesto por el titán de los Andes”
Pero la nómina es muy larga, y a solicitud de don Clemente Videla, alcalde de segundo voto del Cabildo y de los ciudadanos don Francisco Borja de la Roza y don Javier Godoy en julio de 1815, en ocasión de la segunda visita de San Martín a San Juan, los aportes abarcaban increíble variedad de cosas: carabanas, cadenas y cruces de oro; sortijas, aros, aretes, mates, marcos y peinetas de plata; arrobas de arrope, aguardiente, vino y pasas de moscatel; fanegas de trigo, harina de maíz y almudes de aceitunas.
La dama de alcurnia estuvo en las hermanas De la Roza y en doña Borja Toranzo de Zavalla, doña Carmen Sánchez, doña Teresa Funes de Sánchez, doña Josefa Lima de Videla, doña Ignacia Cano, doña Juan Morales, doña Dominga Echegaray, doña María Josefa Correa, doña Úrsula Atencio, doña Loreta Oro, doña Luisa Rufino, las hermanas Felipa, Josefa y Jesús Cano, doña Lucía Rojo, doña Damiana del Carril y doña Magdalena Lahora. En la misma medida que la mujer del pueblo fijó su presencia en “la campesina Josefa Rivera, que al hablar de las necesidades de la patria se anota en la suscripción de 1814 con la suma de medio real”.
Ver: Horacio Videla. El hombre que escribió la historia