Estas líneas que usted va a leer no fueron escritas esta semana. Con pocas variantes fueron publicadas por primera vez en El Nuevo Diario en 2004. Pero en estos tiempos de globalización, de grandes cambios y de incertidumbre económica es bueno recordar una vez más lo que significan las marcas, los productos locales, los afectos ganados a través de los años,
Vamos a la nota.
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¿Usted sabe quién es el ministro de Economía de Francia?
¿Y el de los Estados Unidos?
Por casualidad... ¿conoce el nombre del ministro japonés?
Si no lo sabe... ¿me podría dar el del ministro de Economía de China?
¿Acaso sabe cómo se llama el ministro italiano o el canadiense o el de España?
Seguramente, usted ni tiene idea.
Y mucho menos cómo se llaman los otros ministros, o los diputados o los senadores.
Quiere que le confiese algo: yo tampoco sé cómo se llaman. Ni me importa.
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Ahora bien: le cambio la pregunta.
Nómbreme cinco empresas dedicadas a la producción de automóviles en el mundo,
Yo le puedo dar una pequeña lista, quizás usted agregue otros nombres: Ford, Chevrolet, Peugeot, Fiat, Renault, Mercedes Benz, Hunday, Seat, Citroen, Rolls Roys, Ferrari, Dodge, Wolkwagen, Audi, Mitsubishi, Susuky, BMW, Opel, Lincoln, Cadillac, Toyota, Nissan, Honda, Lotus, Jaguar, Daewoo, Chrysler, Daihatsu, Rover, Mazda, Legacy, Alfa Romeo... Agreguemos ahora las marcas que vienen de china como BYD, Chery, Geely, Great Wall (con su submarca Haval), Changan, JAC, y Dongfeng. También son importantes BAIC, GAC y la marca de origen inglés y ahora china MG.
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¿De qué quiere que hablemos? ¿De ropa? ¿De moda? ¿De perfumes?
Usted sabe que Lacoste, Pierre Cardin, Dior, Ives Saint Laurent son francesas, que Valentino, Gucci o Paul y Shark son italianas, que Burberry es inglesa, que Kenso es japonés, Armani o Hermenegildo Saba son norteamericanos, Nestlé es suiza, Nokia es filandesa, Philips es holandesa, que Zara es española... y así una lista infinita.
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Si yo le pidiera que me nombre cinco o diez marcas de bebidas gaseosas, de vinos, de cervezas, de raquetas de tenis, de ropa deportiva, de empresas petroleras, de teléfonos celulares, de computadoras, de diarios, de revistas, de laboratorios médicos, de quesos, de fideos, de bebidas alcohólicas, de... lo que quiera. Usted me las nombraría. Hasta me podría nombrar una docena de bancos extranjeros que operan en el país.
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Cada vez que usted nombra una marca, nombra una empresa y piensa en un país.
Y atrás de cada marca o empresa hay trabajo físico e intelectual, inteligencia, capitales, generación de riqueza, bienestar para mucha gente.
Por eso, todos los países defienden sus empresas, les facilitan sus radicaciones, las liberan en lo posible de cargas impositivas.
Esas empresas son más importantes para sus países que miles de mástiles con banderas, que cientos de himnos y que un millón de discursos patrióticos.
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Responda ahora esta pregunta: ¿Cuántas marcas argentinas se conocen en el mundo?
Es tan burdo y tan dependiente lo nuestro que todavía seguimos diciendo que somos los inventores del dulce de leche y del colectivo.
Hasta estamos convencidos que el bolígrafo es un invento argentino cuando en realidad lo inventó un húngaro que vivió un tiempo en nuestro país.
La triste realidad es que no tenemos muchas marcas conocidas en el mundo.
Nuestro “negocio” es la venta de productos primarios. Desde soja al maíz. Desde pasas a mosto. Desde cal a oro. Pero no hay marcas que nos identifiquen.
Es triste decirlo, pero nuestros productos industriales son de cabotaje.
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Eso no es todo.
Cuando acreditamos una marca en el mercado interno la vendemos a fondos de inversión o empresas foráneas, como pasó en su momento con YPF, Molinos, Havanna o Loma Negra, por citar sólo algunas.
Lo mismo pasa en la provincia.
En algún tiempo tuvimos marcas conocidas en todo el país.
Usted nombraba a Resero, Termidor o Maravilla y estaba hablando de San Juan.
Graffigna, Montilla, Talacasto, CAVIC, eran sinónimos de San Juan.
Y podía ver a Maravilla en la camiseta de Boca y a Resero auspiciando a los campeones mundiales de boxeo.
Aunque Cinzano fuera una firma extranjera, esta era la tierra donde Cinzano elaboraba los mejores vermouth y los mejores cognac (Otard Dupuy, Reserva San Juan, Ramenfort).
San Juan era sinónimo del calvado, de la sidra, del champagne más conocido, de los vinos espirituosos que la gente prefería.
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Pero no sólo incursionábamos en el mundo de las bebidas.
Tuvimos bancos de capitales sanjuaninos que traspasaron nuestras fronteras como el Banco San Juan, el Hispano, el Agrario.
Empresarios sanjuaninos incursionaron exitosamente instalando diarios y canales de televisión en Mendoza.
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Hoy, al igual que ocurre con el país respecto al mundo, nos vamos reduciendo a ser elaboradores de productos primarios.
Gran parte de nuestro ajo, de nuestros tomates, de nuestra uva, sale a granel para Mendoza, donde se les agrega valor y una marca.
Producimos los melones y sandías más sabrosos pero salen sin identificar.
Nuestros valles de altura producen varietales que llegan a las góndolas con envases foráneos. Valles como Pedernal o Calingasta son identificados como “cuyanos” en lugar de sanjuaninos.
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Usted dirá: en un mundo globalizado qué importancia tiene el origen del capital.
Y en parte tiene razón.
Pero las marcas son banderas. Son, en muchos casos, lo que les agrega más valor a un producto.
Los países europeos reclaman denominaciones de origen precisamente, por el valor que les da la marca.
Ahí tiene las AOC (Appellation d'Origine Contrôlée) en Francia y su evolución europea AOP (Appellation d'Origine Protégée), que garantizan que un producto se elabora en una región específica con métodos tradicionales y productos locales, como es el caso del vino de Champaña, Burdeos, Borgoña y Alsacia.
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En Italia, las DOC (Denominazione di Origine Controllata) y la DOCG (Denominazione di Origine Controllata e Garantita), que incluyen vinos como el Chianti, el Brunello di Montalcino y el Barolo. O el caso de Parma, una no muy grande localidad italiana que está orgullosa de su prosciuto y sus quesos, como lo está Asti de sus vinos.
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El mundo da tanta importancia a las marcas que los lugares donde son originarias se transforman generalmente en sitios visitados por el turismo.
Si usted dice Tequila está hablando de México, es más le dirán que es originario de la región de Jalisco y se elabora a partir del agave azul.
El Café de Colombia está registrado como marca lo mismo que el Queso Manchego de España, el Jamón Ibérico (España), el Parmigiano Reggiano (Italia), y el Whisky escocés producido principalmente en las regiones de Highland, Lowland y Speyside de Escocia.
No vaya a confundir un vino español de Rioja con otro de Ribera del Duero porque ofenderá a los productores. Tanto como se ofendería un productor del famoso Roquefort:, el queso azul de oveja madurado en las cuevas de Combalou, en el sur de Francia si los confunde con quesos como el Feta, de origen griego o el Cheddar del Reino Unido.
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Es un orgullo que haya marcas sanjuaninas que salen a ganar mercados como, por mencionar algunas, los helados Portho, Ansilta, Montilla, Almar, Profecia, o las fàbricas de aceite de oliva como Almazara, Oliovita y La Pocitana. Si bien no pasamos por el antiguo esplendor en materia de vinos, hay marcas consolidadas que exhiben orgullosas su origen sanjuanino.
Es importante conservar las marcas, los sellos de calidad, las denominaciones de origen, los productos que se ganaron el afecto sanjuanino.
Bienvenido quien venga a crear, a generar algo nuevo. Pero cuidado, conservemos nuestro corazón bien sanjuanino.
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