Ricardo Ochoa: El sanjuanino que llegó al colón

-Ricardo Ochoa, comencemos hablando de tus padres.

-Mis padres: Oscar Felipe Ochoa y mi madre Sara Venerancia Riveros.

-¿Qué hacía tu padre?
-Papá era básicamente empleado de comercio. En un principio trabajó en la antigua Gath y Chavez, era jefe de expedición y terminó siendo inspector en la Municipalidad de la Ciudad de San Juan. Siempre fue un deportista, en este caso ligado a Atlético de la Juventud donde mi tío, Jorge Ochoa, y después mi primo, el “Pinocho” Ochoa, se destacaban como jugadores.

-“Pinocho” jugaba al fútbol, corría, jugaba al básquet.
-Sí, era un gran deportista. Y bueno, sospecho que por ahí viene el tema de que a mí también me gusta mucho el deporte y nos encontrábamos con el “Pichi”, así le decíamos a Pinocho, corriendo, haciendo atletismo y alguna vez jugando al básquet en Estudiantil.

-Y tu madre ¿se dedicaba a la casa?
-Sí. Yo fui a la Escuela 9 de Julio, en la Villa América y viví todo el tiempo que estuve en San Juan en el barrio Mallea, a media cuadra del Concepción Patín Club. Ergo fanático de los azules pero siempre una incongruencia, porque jugaba en Estudiantil. Cuando jugaban Estudiantil y Concepción hinchaba por los azules pero después era hincha de los verdes.

-Villa Mallea es un barrio muy cercano a la ciudad, casi centro hoy.
-La verdad que en estos momentos de la vida hay un recuerdo permanente. Me parece que en la vida de cada persona sus primeros veinte o treinta años son los que marcan y que además definen un montón de cosas, y que tal vez son los más alegres de su vida. La adolescencia, la niñez. Me pasa algo curioso porque de pronto tengo ahora mismo fotos que he conseguido porque sé que tengo un defecto, casi no registro mi vida. Cuando yo me voy en el año 1980 a Buenos Aires mis padres se quedaron solos porque mis dos hermanos se habían ido a vivir a Córdoba y mi madre si tenía fotos. Ahí tengo fotos de cuando estoy en primer grado. Ahí salen mis compañeros, me acuerdo de varios, de sus nombres y apellidos.

-Siempre fue invalorable criarse en un barrio.
-Es notable, es decir, el barrio define también un montón de cosas. Obviamente que viviendo en Buenos Aires no se da eso. Se puede intentar pero a lo mejor vas a tener el conocido de la cuadra. En cambio en el otro sos del barrio.

-Yo era de Trinidad y ya en la escuela primaria me venía caminando desde ahí a la Escuela Del Carril y digo, ¿por qué mis nietos no lo hacen? Y es que cambiaron los tiempos, hoy hay un riesgo que antes no existía. Antes dejábamos la bicicleta en la puerta de la casa y sabíamos que iba a estar ahí cuando saliéramos a buscarla.
-Sí, esto ha cambiado. No obstante eso en el caso mío era una cosa muy insólita porque yo vivía en el barrio Mallea y en este caso el Nene Fernández y el Ernesto Guardia, mis amigos y compañeros del conjunto Los Puneños vivían en la Villa América, ahí a dos cuadras. La Avenida Rawson nos dividía, pero yo estaba todo el tiempo allá, en la calle Cuba, donde ellos vivían y en frente vivía el Carlitos Coria y más allá el “Pelusa” Cardozo. Es decir, conocía a toda la gente que vivía en la Villa América. Qué lindo y bonito haber conocido a toda esa gente; a lo mejor no tenías una relación directa pero los conocías de verlos siempre, caminando, volviendo de la escuela.

-Y fijate que han dado personajes que han tenido actuación internacional. Contaba hace poco David Páez que su padre era el canchero de Concepción y fijate dónde llegaron los Páez jugando al hockey.
-Los súper conozco, incluso desde antes de que nacieran, y conozco toda la historia porque yo estaba a cinco casas, también conocí al padre, la madre, a la abuela. Es bonito esto de esta gente que se destacó en el mundo con el deporte y ellos se acuerdan de uno, me recuerdan. Claro, yo me fui de acá y ellos eran chicos pero siempre tuvieron mi imagen. Yo nunca jugué al hockey. Me gusta, me atrapa, pero prefería correr carreras. Acá en ese momento el ídolo era Marcelino Balmaceda, el Negrito de los Ríos, que corrían para Estudiantil, pero despuntaba esto de correr. No era muy hábil con el stick o no lo que yo pretendía. Esos son los recuerdos y qué lindo haberlo vivido, ver cómo el Carlitos Coria en el mundial acá en San Juan, que venía Livramento, que en ese momento era como Maradona.

-Ese año se retiró Livramento, también Nogués el español y Batistella.
-Y entrenaba en Concepción y el Carlitos desde que estaba, chiquito, habrá tenido ocho o diez años, le copiaba todo a Livramento. Cómo hacía el juego, con el stick, como la levantaba. Mario Agüero también fue vecino. O sea que conocí a todos los jugadores. Una vida muy linda.

-Y Ricardo, de pronto empezaron con el folclore. El folclorista mató un poco al deportista, o lo dejó en un segundo nivel.
-No, no. El destino me ha marcado cosas que no he buscado  y que de pronto, tal vez, es lo que me tenía que pasar. Puntualmente hasta el año 1980 mi vida fue siempre lo que hice desde la adolescencia. Es verdad que empezamos desde muy chicos con Los Puneños, teniendo once años y el Nene igual, y Ernesto nueve creo, muy niños, hasta 1980. Te imaginás, casi veinte años de estar cantando y yo aquí haciendo mi actividad con ellos, jugando en la selección de básquet y en la de vóley de San Juan, haciendo deporte, integrando el Coro Universitario, dirigiendo el Coro  Vocacional. Es decir, esa era mi actividad hasta que me tuve que ir a Buenos Aires.

-Gran desarraigo…
-Fue un desarraigo y significó dejar todas estas cosas que uno había hecho.  Comenzar una etapa nueva con un género que nada que ver con lo que yo había hecho en San Juan pero sigo manteniendo el espíritu del folclorista, del que valoriza y le encanta la música popular porque también es identidad. Ahora cumplo un año de jubilado. Me jubilé en el Teatro Colón y este ha sido un año sabático, no pensado por mí pero en el que no hice ninguna actividad. Sin embargo, a pesar de eso, de haber estado en el canto lírico, en la ópera, nunca mató lo otro, que es la música popular.

-Volvamos un poquito para atrás, Los Puneños marcaron toda una etapa en San Juan.
-Así es. Fue un trío muy diferente a lo que había, incluso en el país.

-Hacían voces.
-De por si nuestro folclore es para ser cantado por un solista o dúo. Ya si es un trío medio como que te preguntan “pero será folclore cuyano”. Ahora, en base a ese respeto que nosotros teníamos por la música cuyana es que en el repertorio casi no cantábamos nada de folclore cuyano.

-Te digo algo, yo recuerdo una noche que los fui a ver, creo que era un programa de Argentinísima que se hizo en el cine y que venía Márbiz y que la gente pedía que los llevara a ustedes. Y él dio una explicación, dice “son excelentes como conjunto pero si hicieran música cuyana los llevo”.
-Bueno. Esta puede ser una versión y yo te puedo dar otra también. Es verdad, en ese momento el trío sonaba muchísimo. Era un conjunto en el que cantábamos con armonías nada que ver a la tradicional y hacíamos juego de voces. Yo cuando hacía los arreglos en realidad aprovechaba los acordes que hacía en la guitarra, hacía los acordes de las tres voces, entonces había momentos en los que parecía que había cinco voces y éramos tres los que cantábamos. Ya empezó uno a estudiar y saber que los sonidos fundamentales en las notas tienen armónicos que las componen, entonces que si vos cantás determinada nota va a parecer una artificial sin que esté emitida. Y bueno, y con esa forma de cantar y el repertorio nos distinguíamos bastante.
En el momento en que estábamos justamente en esto de Argentinísima, que cantamos acá y en Mendoza en la presentación de la película, Márbiz era el dueño de una compañía que se llamaba Docta, que era la que armaba los festivales desde enero a marzo, eran 300 en el país. Él nos quiso incorporar a Docta pero bajo condiciones que nosotros no veíamos bien y  tuvimos que decirle que no. No me ufano de decir que lo rechazamos porque además significaba que si nos comprometíamos era dejar todo acá. El Nene estaba muy metido en su carrera de contador, entonces dijimos “no, no es lo que queremos. Sigamos con lo nuestro”. Seguimos con el conjunto y nada más.

-Y se metieron en la gente.
-Fue una etapa realmente muy bonita. Fijate que cosa loca yo me voy a Buenos Aires, gané el concurso del Teatro Colón, pero nos presentamos en el Precosquín y ganamos. Entonces, al ganar, cuando bajamos del escenario me estaba esperando uno de los integrantes de Los Trovadores. Sabía que yo me iba a Buenos Aires, me sacó la tarjeta y me dijo “yo quiero comunicarme con vos, te dejo mi tarjeta porque quiero que estés en Los Trovadores”. Yo le dije “te agradezco, pero estoy dejando a mis amigos porque voy a algo nuevo que es la ópera, difícilmente pueda aceptar”.

- Además de cantar sabés de arreglos, de música, ¿habías estudiado de chico?
-En verdad, lo mío fue básicamente intuitivo.

-¿Hacías los arreglos intuitivamente?
-De oído, oreja, como le quieran llamar. Mi mamá quería que mi hermana, que es un año mayor que yo, estudiara piano. Entonces la mandó, cuando tendría cinco o seis años, a una profesora para que estudie piano y yo la acompañaba. La profesora de piano era amiga de mamá. Yo estaba esperando esa hora sentado, jugando con los cochecitos, escuchando y mi hermana estaba estudiando. Y en un momento dado me pongo a tocar al piano; lo que mi hermana tocaba con la partitura yo lo tocaba sin partitura. Entonces la profesora le dice a mi mamá “Ricardo tiene que estudiar piano”, entonces mamá dice “el año que viene vas a estudiar piano”. Al año siguiente mi hermana sigue con la profesora y yo empiezo a estudiar. Había dos pianos en esa casa, mi hermana en una habitación y yo en otra. Y resulta que ella me mostraba lo que yo iba a tocar en la partitura, tocaba una vez y me mostraba. Yo no miraba la partitura, le miraba los dedos. Después me quedaba a estudiar y en realidad intentaba copiar lo que hacía la profesora sin saber la partitura. Cuando ella se dio cuenta de que yo no leía sino que tocaba de oído, dijo “es muy curiosa la musicalidad que tiene. No lee la partitura”. Fueron dos años así.

-Era innato tuyo.
-Innato, así era. Y bueno, aparece el folclore, y yo me daba cuenta de que hacía un acorde y sonaba bien. Era lo que me sonaba. En el conjunto cuando empezamos el que estudiaba guitarra era el Nene Fernández con el doctor Benicio Bustos. Y resulta que en ese momento el Nene tocaba la guitarra, Ernesto el bombo y yo paradito cantaba. Hasta que aparecieron los famosos concursos en la confitería Dunia y ahí fuimos como niños. Entonces en una semana el Nene me enseñó tres tonos y toqué la guitarra. Empecé así sin profesor y el Nene me pasaba lo que estudiaba con don Benicio. Y a medida que pasaba el tiempo, obviamente lo veías tocar al Negro Villa, al Bebe Flores, vos vas viendo, descubriendo cosas, seguía siendo intuitivo. Sabía qué acorde estaba tocando, disminuido, alterado, no sabía cómo se llamaban pero si sabía cómo se armaban y sonaba. Así íbamos cambiando y fue evolucionando también el conjunto. Total es que, como digo siempre, que si mi vida estaba marcada de una forma y me tenía que pasar, me pasó.

-Un día te fuiste a Buenos Aires, en el año 1980 y empezó otra vida. ¿Qué es entrar al Colón?
-Fue bastante curiosa la entrada al Colón. Hasta los veinte años fue todo intuitivo, leyendo algo pero siempre en función de saber cómo era y nada más. Un invierno crudo de 1970 iba caminando por calle 9 de Julio y pasando Caseros se para el auto de un amigo, Alfredo Barbera. Se baja un personaje envuelto en un poncho rojo y me para, me tira la mano y me dice “así que vos sos el famoso Negro Ochoa”. Era el maestro Petracchini. Y él me dice “todos me dicen que cantás hermoso. Cómo es posible que no estés en el Coro Universitario”. Y yo le dije “no, porque nunca he cantado en un coro. Salvo una prueba que tuvimos en la Escuela Industrial”. La cosa es que le encargó a Alfredo, que estaba de novio con una vecina mía, que yo fuera al Coro Universitario. Tanto insistió que a fin de año aparecí con la promesa de volver en 1971. En esa época yo estaba en la Facultad de Ingeniería, estudiando y fui.

-Y te quedaste en el coro…
-Asistí a un ensayo y me gustó lo que estaban haciendo y eso que yo no tenía intención de estar en un coro pero fue como un incentivo. Y a partir de ahí me ganó. ¿Qué pasó? Que en el año 1972 el Coro Universitario fue elegido para ir a cantar a Estados Unidos en el Segundo Festival de Coros Mundiales Universitarios en el Lincoln Center. Y me dijeron “tenés que venir”. Lo que pasó ahí fue muy detonante. Juntarnos, durante un mes en una gira, los últimos diez días en Nueva York, ahí estaba la Ópera, el Metropolitan, ser dirigido por Robert Shaw, que era el destacado de la dirección coral, me impactó lo que él hacía. A partir de ahí hice un click, Petracchini me dijo que tenía que estudiar y ahí comencé la Escuela de Música.

-Ya eras grande…
-En el ciclo preparatorio tenía compañeritos de 9 y 10 años y yo tenía veintidós años. Así fui estudiando, rindiendo de a uno o dos años, preparándome. Fui coreuta del maestro y con la evolución que tuve llegué a ser ayudante de dirección del maestro y creó el Coro Vocacional y me lo endosó, hasta que me fui en 1980. Esos diez años fueron muy importantes para mí porque me abrieron una perspectiva musical. Estudié, aprendí y fui  el tenor solista de cualquier obra sinfónico coral que hubiera en San Juan. Y después los otros papeles o cuerdas venían de Buenos Aires y casi siempre del Teatro Colón.

-¿Y qué te decían?
-Cuando me escuchaban me decían que tenía que cantar ópera. Y para mí era como mala palabra, no me interesaba la ópera. Justo en 1980 se hizo acá una versión de La Traviata en el Auditorio, una versión sinfónico coral y   coprotagónico. Lo canté sin saber, lo preparé, el maestro me daba algunas indicaciones y yo canté intuitivamente el papel pero sin saber cantar ópera. Cuando esta gente me escuchó me dijo “qué maravilla, tenés que ir a Buenos Aires”. Justo aparece el concurso, yo no me iba a presentar pero me obligaron a presentarme y tenía que ir sí o sí.

-¿Qué se concursaba?
-Concursaban doce cargos para el coro estable, hubo 378 inscriptos y entre ellos había quince cantantes que venían trabajando para el Colón hacía diez años. Yo pensaba “entre ellos van a pelear los doce”. No sé por qué me tocó ganar y ahí tuve que decir  “¿qué hago?”. Así fue como llegué al Teatro Colón sin haber cantado salvo un papel coprotagónico, chiquito, de La Traviata y nada más.

-¿Qué pasó en el Colón?
-Estuve durante seis años cantando todo menos ópera. Agradezco tanto haber tenido esa experiencia aquí en el Coro Universitario, donde canté muchísimo repertorio y allá integré varios conjuntos de cámara, el de la Alianza Francesa, el Monteverdi y cada director era especialista en un estilo específico. Esa actividad la hacía mucho pero ópera no cantaba nada, salvo dentro del coro. Pero me estaba preparando, y me preparaba. Y me decían “vos tenés que cantar” y yo decía “todavía no”.

-¿Cuándo debutaste?
-Y surgió lo insólito de tener que debutar cantando Rigoletto, sin saberlo, con las peores condiciones. Me río pero todos me dijeron  “tu debut está en la historia del mundo”. Porque cuando uno debuta en un teatro puede ser por muchas circunstancias pero lo insólito del caso mío es que era un debut total, cantando un protagónico sin haber cantado nunca un papel, sin haber ensayado con orquesta, sin saber la ópera, sin ensayo de nada.

-¿Y el resultado cuál fue?
-El resultado fue espectacular. Después dimensioné y dije “okey, voy a cantar”. Yo sabía que en mi naturaleza, si llegaba a pasarme algo, la técnica me iba a salvar. Por eso estuve seis años trabajando para que no me falle la técnica pero puede pasar, por los nervios o por un montón de cosas. Cuando canté era solo esa función y vinieron las autoridades de Teatro Colón y me dijeron “Ricardo, usted canta la próxima”. La próxima era pasado mañana y dije “no no, canto esta y no canto más”. “No, usted canta”. Y me obligaron a cantar la segunda y me costó muchísimo porque después de la primera me relajé y era como que me había pasado un camión por encima. Y yo dimensioné dónde estaba parado, lo que había hecho.

-¡Increíble!
-Todos decían “este tipo es un loco, salir a debutar en estas condiciones, las peores”. Y sin embargo, haber tenido la suerte de haber hecho una muy buena función... Esto fue digamos ese debut en el teatro que significó abrir tal vez algo paralelo, porque mi función siempre fue cantar en el coro. Pero me convocaban para cantar papeles dentro de lo que fuera. Cuando vos te preparás para hacer un cantante profesional podés y debés abarcar desde el protagónico hasta el último papel. Sos un profesional para cantar cualquiera sea el estatus del papel. Así me aparecieron muchas posibilidades, cantando siempre, a veces un papel más importante que otro y me mantuve. Después hubo otras circunstancias por las que se empezaron a cerrar esas puertas pero no me arrepiento tampoco, fueron mis luchas.

-Entraste en la parte gremial…
-Sí, yo tuve que entrar en la parte gremial no porque me interesara sino porque era tan dura la pelea y contra quien estábamos peleando era importante y fuerte. Había que ponerse tal vez una cobertura de alguna manera para al menos tener un resguardo mínimo. Ergo eso significó cerrar muchas puertas. Tuvimos que blanquear sueldos. Nos pagaban en negro casi un 50 por ciento y yo pensaba “si me tengo que jubilar, lo que significaría eso”. Y después aparecieron un montón de cosas más y por eso comenzó la discusión.

-Realmente cuando uno va al Colón siente que es un templo de la música.
-Muchas veces soy un poco crudo cuando expreso mi opinión pero es lo que pienso y si hay alguien para rebatirme lo podemos discutir. Yo cuando me fui de San Juan en 1980 el Teatro Colón era el lugar al que aspiraba cualquier persona que se dedicara al arte de cantar, de bailar, de tocar y no solo en el país, en el mundo. Los cantantes internacionales que habían cantado en la Scala, en el Metropolitan, en la ópera de Viena  si no habían cantado en el Colón sabían que todavía eso les faltaba. Sabés la jerarquía que eso significaba.

-¿Extrañás el Colón?
-Extraño el Colón pero no extraño mi actividad porque le dediqué toda mi vida, la respeté siempre y desde el primero hasta el último día me autoexigí de ser el mejor tipo cantando en el coro, haciendo mi trabajo. Pero qué pasaba, yo al teatro no iba únicamente en mi horario de trabajo. Yo me iba en la mañana o me quedaba en la siesta o me iba en la noche sin tener que trabajar pero me iba a ver al gran violonchellista, al violinista, al director de coro, al director de orquesta, al bailarín. Esto me nutrió y me sirvió tanto que es el capital que yo tengo, el tesoro que yo tengo y guardo, más allá de todo lo que pasó en mi vida particular como cantante. Haber tenido la posibilidad de ver cómo ensayaban Plácido o Pavarotti, estas cosas te nutren y valorizás.

-Están tan metidos en la gente que hasta a un jugador de fútbol si artistea, le dicen “al Colón”. Es lo máximo, incluso para los músicos populares, no solo lo lírico.
-Podemos tener distintos puntos de vista. Yo he apreciado también músicos populares en el teatro. Te puedo decir que Atahualpa Yupanqui, se negó siempre a tocar en el Teatro Colón porque decía que no era el lugar. Sabía que era demasiado grande para él. Y todos le decíamos pero “usted es un grande” y él decía “aquí han tocado Albéniz, Tárrega, no puedo venir a tocar yo”. Esa era la dimensión del teatro en ese momento y lamentablemente, dejó de tener esa jerarquía. Vos ahora pagás un alquiler. Si se te ocurre cantar y tenés forma de pagar el alquiler, cantás. Perdió la esencia de lo que era.

-Creo que hoy San Juan es la capital cultural de Cuyo. Tenemos escenarios y nos hemos dado algunos lujos, por ejemplo tu presencia acá con la Camerata, es un gran aporte, como fue Gustavo Plis Sterenberg. Estamos recogiendo frutos ya.
-No sé si lo ha superado, Mendoza también tiene una jerarquía musical y cultural pero tal vez no tiene un teatro como el que tenemos ahora ni un auditorio, pero no obstante eso es verdad lo que vos decís. Cuando me preguntaron por el Teatro del Bicentenario yo dije “bienvenido” y para mi tiene que ser un teatro abierto para todas las manifestaciones porque no hay teatro en San Juan. Lo malo es que lo califiquen como teatro de la ópera. Que se puede hacer ópera, perfecto, obviamente, porque si no va a pasar igual que con el Teatro Colón, se va a tergiversar. Es decir, uno se prepara durante años para cantar sin micrófono y ver si uno puede cantar en la sala pero si después ponen un micrófono se desvirtúa. No podés apreciar la sala, la acústica .Es decir, cómo se desvirtúa el auditorio si le ponés micrófono.

-¿Cómo ves, independientemente de los escenarios que son espectaculares, el movimiento cultural sanjuanino?
-Acá es muy importante. Creo que también se da por etapas, por generaciones. La generación de los jóvenes son consecuencia de lo que han transmitido los que en este momento pueden tener mi edad, 65, 66, 69 años. Ahí andamos. Estos que son los profesores son los que han tenido a los que yo tuve también y que fueron los mejores profesores que uno podía imaginar de tener en una Escuela de Música. El maestro Fontenla, cuando crea la orquesta de acá, eran solistas de la estable del Teatro Colón, de la Orquesta Filarmónica y de la Sinfónica Nacional, era el seleccionado argentino de orquesta. Y la extensión de ellos era tocar en la orquesta pero además dar la cátedra. Entonces, todos los que en este momento están en la orquesta o se jubilaron, la mayoría han tenido esa escuela. Entonces estos jóvenes de ahora vienen con una base importantísima.

-Hubo gente muy importante…
-Todo lo que en este momento estamos disfrutando en el área de música y que existe también en otras áreas, en la plástica, la pintura, la escultura, es gracias a Juan Kowalski, Juan Argentino Petracchini y Jorge Fontenla, que fueron visionarios. Cuando se arma la gran Universidad Nacional de San Juan conformaron los cimientos de todo lo que está ocurriendo ahora.

-Vamos llegando al final Ricardo. Tu vida personal ¿te casaste alguna vez?
-Sí, me casé. Tengo mi familia en Buenos Aires, los hijos, nietos.

-¿Cuántos hijos tuviste?
-Cinco.

-Has hecho de todo un poco, deporte, música, has hecho lo popular, hiciste lírico, sos un tipo muy conocido, hoy dirigís. ¿Fuiste feliz?
-Es una buena pregunta ¿qué significaría ser feliz? Yo creo que a mi manera he sido feliz. No te puedo decir he sido un tipo súper feliz. Tal vez soy agradecido de pronto y en eso entra la felicidad de haber tenido en esta etapa o en distintas etapas de la vida momentos que son muy puntuales pero podría ser que no he sido infeliz. Tal vez es mejor decir que no he sido infeliz y he tenido momentos felices.

-¿Tuviste momentos difíciles…?
-He tenido dolores fuertes, momentos que me han dolido, no me han vencido. Hay una dualidad en esto. Porque por ejemplo, en este año sabático que pasé, sin quererlo, he sentido muchísimo la pérdida de dos amigos integrantes de la Camerata. Eso me golpeó mucho, me dio una tristeza, una pena muy fuerte. Y he tenido momentos en los que me estaban cascoteando de todos lados y yo no lo sentía y me ponía más fuerte, era otro tipo de dolor, de impotencia tal vez. Me preguntan “¿vos te arrepentís de esto?”. No me arrepiento. En verdad podría decir que hubiera modificado, a lo mejor lo hubiera hecho de otra manera, pero por lo que yo peleé y luché no me arrepiento.

-¿Cómo fue el momento de la jubilación?
- Me dijeron “usted a partir del primero de septiembre está jubilado”. A partir de ese momento no podía entrar más al teatro. Fui a sacarme fotos con todos los sectores del teatro. Iba a la peluquería “vengan muchachos, una foto”, a sastrería, zapatería, mecánica escénica, herrería. “¿Eh, por qué, Choco?”, me preguntaban. Allá en Buenos Aires soy el Choco. “¿Qué pasa?’”, me decían. “Me jubilo”. Y toda esa gente estaba contenta de que yo me jubilara bien y después me fui con mis compañeros. Estaba justamente ensayando  Traviata, era el título que estaban por hacer y en una pausa del ensayo me dicen “te están esperando en el escenario”. Voy a despedirme de mis compañeros y empezaron a cantar el “Va, Pensiero”, que es como una especie de  himno mundial de la gente de la lírica. Y un compañero dijo “que nos dirija el Choco” y los dirigí. Esa para mí fue la alegría más grande, poder salir por la puerta grande del teatro cuando podría haber sido por la puerta de servicio, cesante. Ese momento lo atesoro por lo que significó, que mis compañeros me respetaran.

-Ricardo...
-Te voy a sorprender con lo que te voy a contestar, generalmente no me nace cantar. No obstante eso, a partir de mi desarraigo, canto cuyano. Antes de cantar lo que se te ocurra, yo canto algo que hable de dónde soy. Soy muy sanjuanino. Me dieron una mención en el Congreso que se llama “Sanjuanino de Pura Cepa” que me halaga y me hace feliz. “Hablándoles de mi Cuyo”, es una cueca de Jorge Viñas, mendocino él, gran amigo. Eso define lo que es uno, el sanjuanino, en este caso el Choco, el Negro Ochoa. Más allá de que después pueda cantar ópera o lo que fuera, eso es lo que canto porque es mi identidad.

El Sr. Ricardo Ochoa presenta las siguientes características psicografológicas:

*  Presenta una adecuada dimensión del margen izquierdo, lo cual revela una correcta distancia de las situaciones de su pasado, de las cuales habría podido filtrar las experiencias que le aportaron aprendizaje y evolución, de las que no.

*  Se presenta ondulación en la línea del renglón, pudiendo indicar cambios de humor, vacilación, búsqueda de objetivos a través de conductas de rodeo y carácter acomodaticio.

* La altura de las letras es pequeña, la cual podría indicar concentración, detallismo deseo de pasar inadvertido, tendencia a la introversión. Mientras que su ancho es apretado o angosto, indicando la posible existencia de situaciones del mundo exterior que podrían tener una influencia inhibitoria en él.

* Su escritura es legible, manifestando lucidez de pensamiento, claridad en las ideas.

* Se presenta dinamismo, vivacidad, sentido de la acción e independencia y autonomía en el autor del escrito. Se observa optimismo y posible oposicionismo.

* Se detectan rasgos de posible actividad vivaz, de necesidad de alcanzar los objetivos personales en el menor tiempo posible.

* Dado la ubicación de sus trazos iniciales, las ideas o pensamientos serían el principio de toda acción.

* Se visualiza un elevado caudal de energía vital, persona con fuerza, entusiasmo, motivación, perseverante, que tiende a defender de forma sostenida su cuerpo de ideas. Se presenta buen nivel de energía psicofísica, fortaleza y solidez yoica.

Por Elizabeth Martinez

Como lo vi
Podría haber sido un deportista exitoso o director de un coro de provincia; integrante de un conjunto musical o dirigente de una unión vecinal. Pero un día Ricardo Ochoa se fue tras un sueño: probar suerte en Buenos Aires y cantar en el teatro Colón.

Ese teatro, templo de la música en la Argentina, fue su vida durante casi cuatro décadas. Allí compartió escenario con grandes músicos y bailarines, fue solista de grandes óperas, grabó con los más importantes directores y hasta participó en películas haciendo la banda sonora.
Pero no por ello se subió al tren de la fama. Durante varios años fue la voz gremial reivindicativa de más de mil profesionales del Teatro Colón. Una osadía de la que no es fácil salir ileso.

Ligado siempre a su San Juan natal, cada vez que llega es como si nunca se hubiera ido. Jubilado ya, con su porte majestuoso de cantante lírico veterano, su vida sigue ligada a la música.  Y sigue amando sus frecuentes baños de sanjuaninismo, como él mismo lo dice, dirigiendo la Camerata del Sol y cantando tonadas.

El Negro Ochoa, el Choco, el sanjuanino que cumplió su sueño. Y triunfó en el Colón.

JCB

         

El artículo fue publicado en La Pericana el viernes 21 de diciembre de 2018. En la edición Nº 139

GALERIA MULTIMEDIA
Los Puneños: Antonio “Nene” Fernandez, Ricardo Ochoa y Ernesto Guardia
Club Deportivo Unión Estudiantil (1969/70) de izq.a derecha (parados) Ghilardi, Martínez, Ochoa,Ortiz y Albarracín. (abajo) Ginés, Leiva,Martínez, Juárez y Moreno.
Doña Sara, la mamá de Ricardo Ochoa
Casamiento de una vecina del Barrio Mallea, gran familia del Concepción Patín Club. Octubre de 1968. De izq. a derecha Ricardo Ochoa, Castañares, Pilar de Mora, Sara de Ochoa, Paquita de Zabaleta, los novios Isabel Varela y Juan Carlos Ortiz; y Oscar Ochoa
Mahagonny Songspiel 1994 La Escala de San Telmo
El Coro estable le canta a Juan Pablo II en el escenario del teatro Colón, el 12 de abril de 1987
Presentación de la ópera “Aida” en el Teatro Colón
Manifestando en sala del Teatro Colón en el saludo final de la ópera Falstaff, por la incorporación de un compañero despedido. Octubre de 2014
Ricardo Ochoa en la Casa de San Juan en Buenos Aires
El perfil psicografológico de Ricardo Ochoa. Por Elizabeth Martínez (Grafoanalista)
Ricardo Ochoa en una entrevista con Juan Carlos Bataller